Yo vida

Heme yo aquí, aprendiendo.

Lo curioso de la vida es que ella no me enseña lecciones valiosas y motivadoras para la vida. La vida me enseña vida.

Yo desde niño quería que ella que me enseñe las rosas en su edad rojácea, las fuentes en su abundancia atenience y la paz eterna de ser yo mismo ante un mundo sonriente y agradecido.

Sin yo saber quién yo era, ni quién era el mundo, yo quería ser yo mismo, a pesar del mundo.

El mundo contrastaba con mi idea de que, según mi impulso genético de vida, yo debía oponerme al mundo. Ese choque me redujo. Más bien, yo me reduje, en honor a ese choque.

Y yo oponerme al mundo significaba, lógicamente, yo oponerme a mí mismo.

He aquí que yo me negué tres veces. O tal vez un poco más.

Entonces el mundo me habló con acento hooliwoodence, enseñándome a soñar con multiversos espléndidos, aleccionamientos para una realidad en donde cada capítulo termina con una aventura emocionante de una tensión controlada por un final feliz y una mente más moral y sabia.

Mi primer aprendizaje en la vida fue darme cuenta de que a la vida yo no le importo en absoluto.

Y no porque ella no sepa amar, que ella sí lo hace.

Es justamente porque ella ama, que ella no tiene preferencias.

Es mi tarea inexcusable, y sólo mi tarea inexcusable, el yo darle valor a mi vida.

Es mi deber instintivo intrínseco, como innato integrante de la humanidad, el yo dirigir mi vida a que mi vida permanezca y a que la vida de la humanidad se extienda.

Así, con crudeza, con impecabilidad, con depredación. Bienvenido a la selva.

Y al yo crecer, en vez de aprender a sobrevivir, yo aprendí a lamentarme de que la vida no era como yo exigía que sea.

Ese fue mi segundo aprendizaje: La vida no es como yo quiero que sea. Cuánto tiempo de mi vida me costará digerir esta verdad sobre mi vida.

La tercera gran obviedad que descubrí de la vida es: Vivir duele.

Es inexplicable, es inentendible, es impalpable. Pero mi sentir directo con la vida reconoce una intensidad intolerable según mis sentidos habitualmente adormecidos.

Aún así, yo sonrío de vez en cuando.

Aun así, yo soy feliz.

De entre los infinitamente improbables multiversos posibles para la vida, el centro de mi existencia habita en una esfera de realidad en donde, de la Nada cuántica, brota paz.

Mi existencia levanta la mano e interviene diciendo: “He aquí, la vida no es de rosas, fuentes ni mundos coloridos. La vida es un espectro diverso de formas no pacíficas de experimentar paz”.

Así que, yo experimento paz de vez en cuando.

Y viene cada capítulo a enseñarme. No lecciones, la vida viene a enseñarme vida.

“Yo soy vida, y nada más”. Ese es cada aprendizaje posible. Este es el único multiverso infinitamente probable.

Y yo puedo filosofar, diciendo yo que mi Ser es espiritual y que mi vida es una competencia en la que yo tengo que alcanzar a mi infinitesimal ego para entonces ejecutar la demostración de renunciar a él y que así convertirme en un humano espiritual.

Yo puedo contarme a mí mismo historias de que yo me sé de memoria las reglas de la moral y que yo aparento cumplirlas, y que por tanto yo soy un buen humano. Y así, yo implantarme como lealtad instintiva la idea de que es bueno y deseable, como dirección de vida, explicar que yo soy un buen humano.

Pero no importa qué tanto yo siga resistiéndome a la vida, la vida sigue siendo vida. La vida sigue enseñando vida.

No importa cuántas medallas morales yo me cuelgue, yo sigo siendo un simio en la selva que, a fin de cuentas, no tiene ni idea de cómo vivir.

Así que, yo sigo aprendiendo.

Y yo, evidenciando gradualmente lo irreal que es mi percepción de la vida, voy así aprendiendo a vivir.

A vivir la crudeza, la impecabilidad y la depredación, mientras yo soy feliz y yo experimento paz.

Eso enseña cada aprendizaje: A yo amar a la vida. Así, a yo ser uno con ella.

Y que viva, que viva la vida.

Y que viva yo, que yo soy la valiosa vida.

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