Y soñamos.

Y soñamos. Nos elevamos a las alturas de un ideal espiritual en donde buscamos la divinidad, la perfección y una paz en la que no nos toque la impureza del mundo y flotemos conectados con un cielo blanco y risueño.

Y vivimos. Nos acorralan los estímulos sensoriales, nos rodean las situaciones cotidianas, nos colma la impresión de una realidad que no entendemos y que por no atender dejamos que fluya en desorden y sin sentido.

Y despertamos. Asumimos la inexorabilidad de estar aquí. Pisamos tierra con tal firmeza que aguzamos la sensibilidad de cada cosa que ocurre fuera y dentro de nosotros. Irradiamos una paz que no pide condiciones, sino que acepta la objetividad de este único existir en este único y efímero mundo.

Y sonreímos.

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