Voy

Permiso, obtuso destino, voy a retarte. Agradezco tus implacables designios, pero quiero decidir por mi cuenta el resultado de mis acciones.

Perdón, retorcida psicología, pero es mi hora de crecer. El niño que me regalas es tierno e inocente, pero mi espalda ya se levanta desde mi fuerza de vida.

Gracias, amada mente, traspasaré tus límites. Me enseñaste a quererme tanto, que te usaré según la voluntad de mi corazón.

Quiero agradecer la pureza de ese corazón en cada respiro que este me da. Quiero soltarlo todo para entregarme a iluminar cada uno de mis pasos. Quiero abrir la puerta de mi alma para elevar un canto de alabanza a la belleza de mis cielos.

Sigue brillando, floreciente astro solar. Señala los pasos que dejé marcados, titubeantes pero constantes. Muéstrame los caminos que tengo en mi delante, para yo seguir buscando en ellos el latido de la luna.

Paso por entre el aroma de gardenias y lirios, saludando laboriosas abejas y festejando a las inquietas mariposas. Tampoco me distraigo junto a los ríos, ni me impiden las olas del mar avanzar sobre mi rumbo. No descanso durante la noche, ni me ciegan los rayos del día.

No pido clemencia a los dioses, pues son mis amigos. Juntos robamos el fuego divino que nos hace iguales, juntos comimos el fruto de la vida que nos hace libres.

Soy nadie. Y eso no me quita mi derecho a sonreír de la forma y color que yo, nadie, elijo desde mi eterna y radiante soberanía.

Quédate atrás, añeja timidez, te dejo junto a los lamentos de la autocompasión y el torpe llanto de una garganta nublada y una mirada huidiza.

Tengo mis ojos para apreciar, tengo mis manos para construir, y he aquí que mi espíritu ruge de alegría por atravesar todos los posibles universos hasta llegar a aquel en el que estoy vivo.

Detente, interminable transcurrir del tiempo, no necesito tus promesas. Mi corazón puro ya está aquí presente.

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