Un suspiro de vida

Abro los ojos solo porque los ojos están ahí para abrirse. Huelo de lleno al mundo porque mi nariz está inevitablemente inhalando al mundo. Escucho un latir que no entiendo, estridencias sin distancia, forma ni tino. Le llamaré vida.

¡Cuántas sensaciones, estar vivo! ¡Cuánta confusión, ser un organismo vivo lleno de sensaciones! ¿Cómo entender algo entre sombras sin rostro que me apisonan, como si mil explosiones rodearan a la vez mis venas más agudas de sensibilidad, como si la existencia consistiera de este helado miedo, de urgencia visceral por sobrevivir sin saber qué soy ni cómo llegué aquí?

Sí, veo miedo, frío y húmedo. Y no sé qué hacer. Intento volver a cerrar los ojos, y por momentos cierto placer en los párpados me conforta y olvido el mundo en el que me he metido, hasta que un escalofrío de nuevas y por tanto terroríficas sensaciones me recuerda que sigo vivo y que tengo que sobrevivir. Por sobre todas mis afectaciones, no tengo otra opción que continuar. Le llamaré coraje.

Espera, por allí siento más calor. No sé qué es esto que estoy moviendo, pero debo llevarlo a donde mi corazón pueda relajarse. Duele, cada músculo que me atrevo a mover por primera vez. Duele, pero es inevitable para mí moverme. Me incita a un sentido incomprensible la necesidad de sobrepasar el miedo y el dolor para escuchar en el bienestar de mi alma, el llamado a una dirección.

Tras una eternidad de padecimiento, siento a mi alrededor estímulos diferentes. Ya no son como fantasmas impresionantes, son temerosos como yo, están confundidos como yo, solo perciben miedo y dolor, igual que yo. Les llamaré hermanos.

A medida que calmo mi espíritu, veo mejor. Yo soy yo, el mundo es el mundo. Hay vida en mí, hay vida en el mundo, y ambos somos yo. ¿Qué he de temer si, aunque en el mundo sea imperante sobrevivir, aunque respirar sea terroríficamente nuevo, aunque estar vivo pese en los huesos, yacemos todos en la misma confusa experiencia juntos?

Al fin, algo me resguarda. No le entiendo aún, tal como no he entendido nada en este relámpago de vida que tengo tiempo de suspirar. ¿Y cómo entender algo entre rostros sin sombras que sonríen, como si se encendiera una luz en un tunel, como si la vida me escuchara y resguardara sin pedírselo el latido que me hace percibir con tanta intensidad?

Pero mi corazón agradece, y el desorden que me abrumaba, se queda quieto. Ya sé qué hacer: recibir las caricias que nutren mi sensitividad. Ya sé ahora, sereno ante el mundo, que no es por suerte que puedo respirar en paz, que sin cruzar el pantano de confusión no conquistaría jamás mi destino, que hay algo más fuerte que el miedo y el dolor que me empuja a confrontarles. Le llamaré amor.