Tremenda voz

¿Pero, y qué hago?, se lamenta el malherido caminante, tanteando insensiblemente en la oscuridad entre innumerables malezas.

Solo silencio despolvorea la noche.

¿Y qué hacer? Exclama hacia los cielos el caminante con honesto dolor.

Un gran temblor de repente retumba el mundo, y todos los relámpagos alguna vez existidos sobre la Tierra renacen, estremeciendo las antes tenebrosas fases del averno.

Los cielos se abren, mostrando claridad sobre los caminos y esperanza sobre la ancestralidad de los llantos.

Una poderosa voz silenciosa susurra desde tan lejos que se siente cerca si se escucha desde donde proviene: Confía.

El caminante cae de rodillas, juzgándose indigno de tal magnámino destino.

Su sorpresa no solo recae en que su divinidad, soñándose un caminante malherido frecuentador de las tinieblas más dolorosas, esté soñando ahora que se abre el Firmamento Eterno durante un instante mágico, sino que también su diminuto corazón se está abriendo.

Lo que era una incomodidad en su depreciado pecho se siente desde dentro de sí como un estallar de profundos recuerdos y un dejo inexorable de soledad.

El caminante acurrucado presencia en su mirada la desesperación de su madre y las exigencias de su padre, en épocas que se quedaron más de la cuenta olvidando la ternura de un corazón sensible. Las burlas de caras que son solo sombras de las burlas le arrinconan, los mandatos de personajes que solo son huellas remotas de su autoexigencia le aprisionan.

Sin ninguna opción a considerar, solo le queda una opción: Volver a abrir los ojos.

Respirando con paciente dificultad, escucha la única voz que le templó el alma.

Confía.

Cavilando aún, pero presto a capturar el último vuelo de su fugaz existencia, abre los ojos.

El desprevenido caminante no recuerda cómo llegó ahí, pero se levanta asombrado admirando un mundo nuevo.

El camino solo fue pesaroso mientras era caminado con pesar.

El sol brilla lejano, pero tan cercano que se siente desde dentro de sí como un irradiar de inocentes pétalos abrigando cada recodo del mentado averno.

Un arroyo gorjea juguetón, victorioso por sus conquistas y renovando sus errores en un continuo fluir de vida.

Las aves festejan sabores distintos, olores de aventuras, días y noches que sostienen las cosechas reciclando vivencias, reconociendo la alegría por ser el único día y la única noche que existirá jamás en un Presente Eterno.

De repente, los cielos vuelven a cerrarse y la claridad desaparece.

Los acostumbrados caminos sinuosos rencarnan las tendencias del olvido y el rutinario silencio mortal recobra fuerza estremeciendo las antes juguetonas luces de la Sabiduría.

Respirando con más paciencia, el confundido caminante regresa a su sueño de malhiriente, sin recordar cómo llegó ahí de nuevo, obligado a seguir tanteando con su insensible olfato las innumerables malezas de su camino.

Y aunque los paisajes luzcan igual de grises, una semilla ha sido destinada.

Y aunque el dolor se siente desde dentro de sí más doloroso que antes, cierta magia ha despertado.

Y aunque ahora el sopor de los sueños implique una duda innegable, no olvida acordarse que el sol está brillando cerca, que incluso cuando vivir duele tanto, cada aliento es una nueva oportunidad.

Su corazón emana fuego y una imperceptible voz sigue retumbando cada fase del averno.

Confía.