Todo bien

Todo está bien. Ese es mi mantra.

Y sí, mi amargura y egoísmo pueden dominar los reinos más lejanos. Y puedo necesitar darle una patada al mundo intentando concentrarme en sentir paz. Y el peso de estar vivo puede empujarme a la horizontalidad de un guerrero derrotado.

Y así y todo, todo está bien.

El guerrero derrotado busca, dentro de su pulsión de vida, no sentirse derrotado.

Inventado el autoengaño, imagina realidades estructuradas con el fin de evitar ser eso que está imaginando que es.

Tal pulsión emana una tensión, latente y constante. Como si, la vida fuera tan intolerable que la energía vital se desviara a perseguir una idea más feliz de la vida.

Como si yo no soportara existir. Como si la entera expresión de un universo infinito en un ser consciente de su existencia, no estuviera bien.

Pero sí, todo está bien.

Y no es algo de lo que me pueda convencer. De hecho, mis ideas acerca de la vida importan nada. Lo que yo quiera creer y lo que yo quiera hacerme creer, la visión más optimista que yo quiera percibir, es solo el chisporroteo de mi derrotismo.

El guerrero derrotado no necesita realmente dejar de sentirse derrotado para estar bien. Como él no importa realmente, en medio de la majestuosidad de la infinitud, él puede sentir, creer, falsear y contradecir todo lo que él quiera.

Y aun así, todo sigue estando bien.

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