Tantas veces me rendí, tantas más aún lo haría.

Tantas veces me rendí, tantas más aún lo haría. Mi inconstancia ha sido mi constante guía. Como parte de mí, ¿cómo la repudiaría? La inercia que me apisona y la fuerza que me desvía, ¿a dónde las reprimiría? Todo lo soy yo, toda acción es mía. Yo soy responsable de toda mi energía. ¿Para qué el conflicto de rechazarme, de abominar mis actos en culpas y deberías?

Pero contemplo mi miseria desde mi guarida. El monstruo de la flojera, la impotencia llamada envidia. He aquí que estoy abrumado de aburrimiento y de rutina. A llantos, mi desespero me indica: no quiero ser derrotado y sin sonrisa. Habiéndome tendido en el suelo, el impulso de mi voluntad levanta mis rodillas:

“Endereza tu frente, pon a un lado tu dolor. Toda sensación que te domina se origina en tu interior. Preocupaciones de vanidad, recuerdos de confusión. No te creas lo que sientes para que aprendas a sentir mejor.”

He aquí mi deber, sin el cual soy un corcho a la deriva. He aquí el camino que me enseña humildad y disciplina. He aquí el lugar que me corresponde, fuera del cual me ataca el aburrimiento y la rutina.

Yo aquí aprendiendo a dar de mi valentía. Venciendo mis impulsos, afinando mi sinfonía. Eligiendo la paz y la alegría. Creciendo en fuerza y en armonía. Por nada jamás me rendiría.

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