Sincero

Le pasó al amigo de un amigo, al que, un buen día, llegó a su vida la sinceridad.

Vivía bien antes, decía. No había nada en su mundo que quería cambiar.

Pero aconteció que sin intervención de su voluntad empezaron a cambiar algunas cosas. Como por accidente, en terribles ocasiones que hacían saltar su corazón, tenía vistazos sobrecogedores de que no había un piso debajo de sus pies. No eran pesadillas freudianas que se desvanecían al despertar, sino que era una claridad que invalidaba en absoluto las estructuras de pensamientos que formaban su mundo.

Por supuesto, su mundo se derrumbó. Y no porque el mundo se derrumbara. Todo se derrumbó porque, ante una revisión honesta de la importancia real de las cosas que acontecían a un personaje humano entre millones, dentro de un planeta diminuto entre trillones, saltaba innegablemente la convicción de que nada en ese mundo era existencialmente valioso. Ante la sinceridad límpida que reconoce que la muerte está sobre su hombro izquierdo, y, por tanto, reconoce que la vida está aquí inevitable e incansable, ninguna historia cotidiana tiene el sabor especial esperado.

Y lo que creía que era paz, tan afanosamente cultivada, estalló en desastres. Sus días fueron confusión y sufrimiento. Su crisis psicológica, consecuencia de su represión energética desde el nacimiento, tan mal disimulada bajo leyes sociales, convicciones egoicas, roles personalistas, y toneladas de creencias, se mostró tal cual era. Le atacaron los defectos, le abrasó la ignorancia, le asesinó el hecho de que no era grande como creía, solo era un personaje humano entre millones que también se creían grandes.

Qué paradójico, el sentido de espiritualidad. Se entiende como la intención de pintar al mundo gris de multi-colores para basar en la alegría de los matices, la felicidad suprema. La sinceridad tiene una magia distinta. Se percibe como la apertura de aceptar al mundo gris, tal como se presenta. Y en esa apertura, nace la sensibilidad de discernir los matices del mundo. Y tras esa apertura descansa en el fondo, incondicional al mundo, involuntaria al personaje, la felicidad suprema.

Y aquel amigo fue criticado por aquellos que temían ver también lo desordenada que estaba su propia casa. Y fue aislado por las masas que querían tranquilidad para no perturbar sus corazas. Y fue insultado por las mentes que se aferraban a sus ideologías, que soñaban con humanidades hermanadas, que ansiaban sociedades maduras, que peleaban porque sus experiencias satisfagan sus caprichos personales, a más altruistas, más egoístas.

Pero él vio que no había vuelta atrás. Todo aquello era mentira, aunque pueda sentirse cálido y protector. Nada valía realmente como excusa. Ninguna fantasía era arrulladora, si lo que realmente ocurría era que su cuerpo se había montado completo en la nave de la vida, en un planeta entre trillones, para volar a través del universo infinito sin un mapa, sin cinturón de seguridad, sin una guía, y sin un piso bajo sus pies.

Bajo esta aceptación, yacía su paz. Se sentó a vivir el viaje, sin importar el vértigo estremecedor que producía el abismo. Se sentó a observar, mientras que no tenía nada que defender ni nada que cambiar en el mundo misterioso que a cada instante percibía.

Le pasó al amigo de un amigo. Se abandonó a sí mismo y a todo su peso. Abrazó la sinceridad, y así encontró la paz.

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