Sí, sentirlo

(Continúa del capítulo anterior: Lo sientooo)

Así pues, es aquí en el cuerpo donde se manifiesta la chispa de vida. Todos los sueños de espiritualidad vienen a realizarse en la terrenalidad de una individualidad física. Todos los temores, las alegrías, las esperanzas, son sensaciones sentidas en una objetividad palpable.

El ciclo de la existencia comienza en el agua, donde la primera célula comenzó a moverse. La materia quiso despertar. Los quantos de realidad quisieron darse cuenta de que existían y se organizaron en células que en armoniosa comunidad le insuflaron aliento a un organismo que da forma a una mente y recibe en un mundo de barro y de vientos a la consciencia universal.

Una madre, vientre fertilizado por el espíritu y fructífera de vidas multicolores, materializa con sus propios átomos una estructura que camina sobre su piel y hereda la naturaleza cíclica de las polaridades. Vida y muerte son el ciclo de la vida. Arriba y abajo, cielo y tierra, varón y hembra. La dualidad es una experiencia vívida que abre el espacio para que se despliegue el ensueño de ser alguien. La mente dual crea sus propias semillas que heredan su esencia física, y son llamados pensamientos.

El ciclo que rige a este personaje define un proceso de maduración que inicia con la inocencia original llamada infancia para recorrer los extensos mundos que habitan bajo sus pies. Un cuerpo de arcilla recoge su naturaleza de la tierra, en donde tantos otros cuerpos la dejaron. Traumas inconclusos, alegrías memorables, experiencias múltiples, conocimientos eternos, todas estas cosas son almacenadas en el lodo de vida por las consciencias que continuaron sin ellas. Son recogidas luego cuando forman con este mismo lodo un nuevo cuerpo que nace, vive y vuelve a morir. ¿Reencarnación, decimos?

A medida que este ser comienza a saber de sí, a darse cuenta poco a poco de dónde está parado, las fases de su maduración van transcurriendo. Al principio, la fragilidad de ser bebé le enseña que hay que sobrevivir. La urgencia de supervivencia entonces activa en él un mecanismo que hereda la naturaleza dual de la vida: Dolor y placer.

Rechazo y apego, feo y bonito, bueno y malo, bien y mal. Mal y bien, más o menos y menos que más.
La borrachera que se enciende en el cerebro del hombre por el hecho de funcionar entre estos dos extremos, le ubica en situaciones donde le atrapa la más cruenta turbación. El sufrimiento es el crujir de unos huesos que van creciendo construidos por el conocimiento de que son chispa latente de tierra.

Aunque algunas veces demore más que otras, el sufrimiento cumple con su función. La confusión de las mentes que se pierden en sus imágenes creadas, les somete a una sucesión de choques que son los que le comienzan a llamar a tierra. Si caminamos en un bosque nublado soñando con dramas y disparidades, las ramas detendrán de seguro nuestro andar. La realidad es cruda cuando aún no la hemos cocinado.

¿Y cómo mencionamos la idea de confusión en un ámbito material? Solo sabiendo que donde la consciencia no ha aprendido a manejar un cuerpo, el cuerpo está tenso. Es decir, confusión es sinónimo de tensión.

Respondiendo a diferentes patrones, cada cuerpo crece diferente. Algunos chiquitos, otros gordos, otros musculosos. Todo cuerpo, siguiendo su trayectoria individual, va reaccionando ante sus experiencias, acumulando memorias mecánicas de rechazo y de placer. El aprendizaje de discernir qué es bueno y qué es malo para sobrevivir, se guarda en los músculos y tendones que quedan acostumbrados a responder como aprendieron.

Espaldas pesadas, gargantas secas, cabezas adoloridas, y hasta cánceres rotundos. Todo ser humano acumula su cuota de confusión como puede. No se ha acordado aún de que si existe es porque existe aquí, y aquí es el único lugar donde puede existir.

Pero así como un mango que era verde se vuelve amarillo, el ser humano que era ignorante se vuelve conocedor. Lentamente el saber de sí mismo va impregnando sus células. Lentamente el sufrimiento va caducando y se abre en la mente la posibilidad de no distraerse con niñerías. La mente se va haciendo transparente para que la visión irradie con claridad y pueda ver su ojo que, a pesar de tantas ensoñaciones, la verdad es simple e inmediata.

El hombre va identificando con el toque de su presencia qué es aquello que activa su dolor y su placer. El hombre va entonces permitiendo que estos estímulos ocurran sin estar obligado a reaccionar ante ellos. El hombre aprende por la fuerza insistente de su experiencia, liberándose de su cascarón de dualidad inexacta, a reconocer las ramas del bosque nublado en el que está caminando. El hombre va conociendo que está aquí.

Entonces, ¿qué ocurre? ¿Qué es despertar?

Uno despierta cuando la verdad es ineludible. Estamos aquí.

Al estar aquí, ningún pasado es necesario, ni es necesario acumular nada para el futuro. Todo lo que se ha acumulado por las experiencias, puede ser arrojado. Todo lo que se ha temido contra más experiencias, es inútil. Así, el cuerpo se relaja.

Vemos, pues, que despertar es relajarse. Rendirse, morir. El montón de creencias es desechado, no de vuelta al lodo sino al vacío de su propia ilusión. Ninguna tensión se involucra en el movimiento del cuerpo y este puede ahora ser movido desde la vida misma que le nutre. Ya no está registrado el sentido de “persona” en tensiones enfermizas y el ser puede ahora fluir con libertad.

El ciclo de vida continúa su camino.

No Responses

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *