Salvos

Miro al ser humano.

Nacido desnudo de cuerpo sexual, de inocencia percudible, de niñez triste pero juventud briosa. Lanzado sin instrucciones a la vida para sudarse el pan y envejecer sin escape atrapado por la tierra que compone sus células, en un mundo salvaje donde su única e imposible misión es sobrevivir.

La cultura moderna le ha impregnado de historias, incentivando sus miedos. Le da concreto en donde aislarse, le surte supermercados por donde escapar de los ciclos agrícolas, le inserta medios masivos para reemplazar su cerebro.

Manadas de zombies salen con mascarillas y corbatas para cumplir con tareas que no eligieron, deseando descansar algún día cuando logren metas vacías que les harán feliz para siempre. Sangre va, dinero viene, dinero se va. Días grises de incomprensión y ansiedades llenas de píldoras, atardeceres azules y noches sin sueños.

Pero miro al ser humano.

Nacido salvaje y digno en un mundo que se mueve bajo sus pies. De niñez profunda pero brío imparable.

Nunca ha dejado la selva, el gran animal que se paró sobre sus pies y cultivó su cerebro. Lucha cada día por comprender el destino de sus voluntades, por romper sus cuatro paredes acumulando la valentía necesaria para sanar su corazón.

No hay hueco lo suficientemente oscuro, no hay camino tan largo que no merezca la pena aprender a caminar. Ya el cohete fue disparado sin instrucciones, y solo queda experimentar el trayecto. Ya las pisadas no pueden ser borradas ni retrocedidas. Ya solo le toca aceptar la grandeza de su espiritu, brillando siempre detrás de las miserias atesorables de su humanidad.

Sufrimiento va, crecimiento viene, crecimiento continúa. Aceptar la cruda realidad desde la lejanía de su soledad, es la semilla de su felicidad. Abrazar a su familia desde la impecabilidad eterna de su inocencia, es la bendición de su alma, donde su única e inevitable misión es agradecer.

Te miro.

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