Recuento

En un momento de descuido, de esos que son un valle misterioso en una concienzuda recapitulación, la tonta criatura dejó caer su anillo. Su precioso anillo aleteó unos metros hasta caer en el río, salvaje, frío y profundo.

La asustada criatura sintió la separación desgarrar sus entrañas, que querían apretar aquella añoranza con toda la ansiedad de sus soledades. Una chispa de desesperanza templó la lejanía de su alma hasta la coronilla.

De repente, era de nuevo el fantasma de un niño apesadumbrado que alguna vez fue.

Sintió el latir de sus venas figurar los garabatos torpes que podía dibujar cuando recién conocía el mundo. Se dio cuenta que durante toda la historia de su vida había estado jugando inocentemente a las escondidas con maldades insospechadas, complaciente en figurar como una buena criatura en medio de un universo predatorio.

Y no tenía a nadie, más que las voces de su cabeza. Y no tenia nada, más que aquel precioso anillo que acababa de perder para siempre.

La insignificante criatura suspiró, reflexivo. Y en su reflexividad escuchó entonces su propio suspiro.

Volvió a hacer el gesto, ahora inhalando hasta una profundidad incierta.

Respiró ahora, buscando en el sino de su ser el consuelo de sus desgracias.

Supo así, en esa intuición intangible, dónde estaba su alma, sumergida en las oscuridades del agua. Supo que no tenía tiempo de angustiarse, sino que tenía que improvisar con precisión la suficiente voluntad para llegar a ese punto exacto en un acto suicida y lograr rescatarla.

En un momento de destreza, de esos que son una montaña frondosa en aquella recapitulación concienzuda, la decidida criatura saltó apuntando unos metros hasta ingresar en el río, calculado, frío y profundo.

Sin patear las enredaderas ni aferrarse a las flotantes nimiedades del mundo como lo haría el fantasma de un niño apesadumbrado, siguió el impulso de su muerte inevitable.

Y confiando en el tino de su destino, abrió los ojos solo cuando estaba seguro de encontrar ante sí la valía de su preciosa alma.

Allí, en medio de un universo predatorio lleno de maldades insospechadas, bajo las raudas sombras de un río salvaje, frío y profundo, habiendo caído en la desesperanza y habiendo luego sacrificado todo por el último asomo de esperanza, la alegre criatura encontró por fin el sentido de su vida insignificante.