Precioso presente

Los momentos más preciosos que me ha regalado la vida, es cuando me estrello.

Y no es por decir que he aprendido y que ahora sé más que antes.

Y no es porque no haya sido precioso correr descontroladamente por un campo desconocido, emocionado por la sensación de ser yo mismo lejos de la idea de un ego, sintiendo la brisa en mi cara y el vigorizante resquemor de mis piernas al sobrevolar tan atrevidamente.

El haberme estrellado indica que mi carrera la he realizado sin saber adónde. Pero no me llega a importar si mi dirección estaba equivocada o si me tengo que redirigir para no volver a chocar. En lo que caigo en cuenta es, de dónde huía.

Porque al interrumpir tan abrutamente mi inercia, aquello de lo que huía me alcanza. Mejor dicho, con aquello de lo que huía es que me encuentro de pronto.

Y al principio puedo patalear tratando de espantar mis demonios, o llorar sin dignidad tratando de que ellos se apiaden de mí, o incluso cerrar los ojos tratando de apartarlos de mi campo de visión.

Pero allí estoy, solo en la oscuridad, hundido en una zanja profunda en medio de un campo desconocido.

Ningún consuelo sirve, pero tampoco me funciona vivir desconsolado.

Tras estrellarme, la oscuridad me hace ver las estrellas.

Creía que sabía y veo que estoy bañado de ignorancia.

Creía que había escapado del ego y era el ego el que me hacía escapar.

Creía que amaba y no había abierto nunca mi corazón.

“No eres nadie. Nada importa. Solo existe el ahora”, reza la enseñanza. Le creí y puse esta creencia frente a mis ojos, impidiéndome ver el ahora.

“Dios lo es todo, todo es amor”, dice el libro. Esa sobresimplificación fue mi excusa para abandonarme al éxtasis caprichoso de un viento que tal vez no tenía la misma idea del amor al llevarme.

Preciosa oscuridad, la que con su luz me muestra mi mediocridad.

¿Y por qué me haría sonreír el verme embarrado hasta el pecho de mi pudredumbre humana?

Porque al huír de mi sombra creyendo dirigirme a la luz, era mi sombre a la que buscaba. Al correr despavorido por un campo desconocido, era mi pavor el que quería conocer.

Dios no puede ser encontrado, pues Dios es quien está buscando.

He aquí el humano, ególatra, falso y falto de amor, creciendo por cuenta propia en un transcurrir experimentable de tiempo. Nadie más y nadie menos que cualquier otro humano en este mundo cruel.

Qué rasposa es la tierra sólida bajo mis pies. Pero sin ella jamás podría caminar.

Precioso momento que me regala la vida.

No Responses

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *