Pero, ¿qué es la maldad?

Desde la subjetividad de las cosas, me pregunto.

Porque es desde lo subjetivo que uno acusa al otro de malvado, si se siente perjudicado, si uno mismo se juzga, imaginando actuar como el otro, malvado.

Es subjetivo sentirse malvado mientras, persistiendo el juicio, uno sigue actuando como tal.

Y es en la dualidad de no querer considerarse alguien malvado, que el malvado se sigue perpetuando.

Tal vez, este es el mal: Ante la libre opción de aceptar la realidad, elegir la ignorancia.

Así considero, desde mi subjetividad: Perjudicar al otro consiste en inflingir dolor. El impulso de infingir dolor solo puede provenir del propio dolor, acumulado.

Pareciera que el dolor, el que uno deja de atender como tal en el cause de evadir la realidad, se expresa veladamente inflingiendo al otro la misma cantidad de dolor propio que no es atendido por uno.

El dolor en sí, pues, no sería malvado. Es la acumulación de dolor no atendido la que grita rabiosamente para serlo, siendo el propio juicio de negar ese dolor el que se castiga por ser malvado.

Así uno puede oscurecerse zarandeado en el medio de un juego insoluble, abrumado por el grito que expresa cómo uno mismo se está juzgando.

Entonces, ¿qué es la maldad?

Tal vez es no atemderse, elegir no sentir lo que uno ya está sintiendo.

Tal vez es, ante la realidad objetiva, abstraerse del dolor para soñar con fantasías en donde la maldad no existe, en donde uno jamás será perjudicado.

Me reconozco entonces, entusiasta crónico de tal rutina.

Soy malvado, y me juzgo por serlo. Lo interesante es que no me puedo parcializar coherentemente hacia ningún partido en el juego, pues ambos son parte estructural del mismo juego.

Así que solo me queda preguntarme, desde la subjetividad de las cosas. Y atenderme presto, que no se me olvide.