No debo. Parte 2

(Continúa del capítulo No debo. Parte 1.)

“Hay que hacer algo”, dice una mente dividida.

¿Por qué ha de estar dividida la mente para buscar hacer algo?

Por un lado, ocurre una percepción. Ocurre en un instante tan actual, tan inmediato, que ninguna acción es mínimamente capaz de modificar. Por el otro, ocurre un pensamiento: “Este instante debe ser modificado”.

El ser humano que no está en paz consigo mismo y que por tanto es su propio enemigo, establece un patrón de comportamientos que intentan luchar contra el universo mientras se estancan en el sinsentido de su lucha vacía.

Volcada hacia el mundo, la mirada no comprende su existencia íntima, y así se empeña en ubicarse en horizontes que nunca son alcanzados porque siempre están en el horizonte. Los vaivenes azarosos del mundo toman poder sobre la experiencia de un ser humano cuando este les concede la condición de sus decisiones con el simple hecho de desear que los vaivenes que están ocurriendo, no ocurran.

Tanto el más miserable malhechor como el más correcto santo, están hipnotizados en la imposible tarea de cambiar al mundo sin antes comprender el origen de su vida toda. ¿Qué diferencia hay entre uno y otro sino el color de personalidad con que se identifican? Ambas personalidades son falsas, ya que son producto de la negación de su verdadera esencia incondicional de existir en este único e inviolable instante.

El sentido de deber amuralla a todo ser humano que cree que el latir de su corazón no es por sí solo merecedor de la felicidad eterna. Entra en el espacio de las creencias un sistema que alaba ideales de salvación mientras que la obviedad de las circunstancias atropella a todos los incautos que sueñan con el horizonte perfecto.

¿Acaso entonces no debemos sentir que debemos hacer algo?

Eso pregunta la mente, que sigue mirando a lo lejos.

El ser, aquello que le da vida al latido del ser humano, observa todos los pensamientos que vienen sin dejarse arrastrar por ellos, y tampoco tiene nada que hacer con las preguntas que nacen de aquellos pensamientos vanos.

Nada es malo ni reprochable, ni aun pensar que algo lo es. El mundo sigue funcionando en este único e imperturbable instante, sin ser modificado por nada que esté ocurriendo como parte de este mismo instante.

¿Cuál es la salida, pues?

La salida es hacia adentro. La comprensión es inevitable, porque el ser humano, luego de chocar contra el sinsentido de sus luchas, terminará por ver el sinsentido de su identidad que le mantiene luchando.

La felicidad perfecta no es algo que debe ser buscado. La trascendencia del deber no es algo que deba ser alcanzado. La plenitud es nuestro destino. Y no es que sea nuestro destino, sino que desde siempre ya estamos todos aquí, en este único e indivisible instante.

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