No debo. Parte 1

La vida del ser humano como especie se manifiesta en el mundo expresando un conjunto de formas, exclusivas para cualquier otra chispa de vida y que por tanto define la idea de lo que es un ser humano desde el punto de vista y la interpretación perceptual que el mismo ser humano establece para sí.

Cada individuo que se identifica como integrante de esta especie, hace uso de su cualidad de vida ubicada en ese punto de percepción, para aportar lo que él es como individuo, y así componer en simbiosis la existencia de un alma colectiva que es la respiración de un ser definido como especie humana, una nueva individualidad macro vibrante y autónoma.

Por supuesto, así como ninguna de nuestras células es forzada por nosotros a representar un rol específico en nuestra anatomía, las funciones que realiza un individuo humano son inspiraciones libres de su propia naturaleza. La inteligencia del Universo, inherente en su omnipresencia, es quien garantiza para ese conjunto de percepciones, que estas convivan organizadas sin esfuerzo ni conflicto y que el albedrío individual de cada componente esté en perfecto orden con las formas pertenecientes a su colectivización.

Esta perfección de la Creación, ubicada en la vida del ser humano, incluye innumerables formas que, desde el punto de vista en que ellas se encuentran, no son consideradas perfectas. La naturaleza específica del ser humano posee características que se autodesprecian como si fueran fallos que se le escaparon al Universo en la construcción de su arquitectura. La inmersión de la Consciencia en estos parajes opacos, le hace experimentar una sensación única: nos ofrece la creencia de que somos algo aparte del arte perfecto que el Cosmos está dibujando en este instante, y sobre todo, de que somos algo diferente de esta Consciencia que creó al Cosmos entero.

Una sensación que se describe inequívocamente, para cada uno de los humanos en común, en una palabra: “sufrimiento”.

Para un individuo que se identifica como ser humano, la inspiración libre de su propia naturaleza, aquella que es la llama de su esencia vital que le da la respiración, es sufrir. Y no puede hacer nada para evitarlo, porque toda acción humana está impregnada del opaco de su color natural que seguirá emanando sufrimiento en cada uno de sus movimientos. Nuestras propias ansias de desear no sufrir, son gestos realizados por el ardor de nuestro sufrimiento.

Y la especie humana, integrada por individuos que por sufrir su sufrimiento se olvidaron de que solo son humildes componentes de una especie humana, se llamó a sí misma enferma.

Y la especie humana, sufriéndose a sí misma, dedicó sus energías en desear no sufrir. Una sensación que se describe inequívocamente en una frase: “esto no debe ser así”.

Identificados por esta idea, los individuos humanos sembraron en la sangre que impregna las células de su anatomía, desde el ardor de su sufrimiento, un conjunto de contracturas o tensiones corporales, emocionales y sociales, intentando con todas sus fuerzas cambiar las formas de su propia naturaleza. Así fue como el ser humano se volvió el enemigo de sí mismo…

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