Nana

Descansa, pequeño niño. Todo está bien.

Deja que el adulto haga lo que todo ser honesto debe hacer.

Tú relájate y disfruta el viaje, que para eso estás aquí.

Yo te protegeré.

Solo confía en mí, que reconozco la semilla sagrada que late en tu inocente pecho.

Yo pondré mis espaldas ante las adversidades, sudaré la gota gorda para que el aroma que disfrutes sea de paz. Jugaré ante la desconocida providencia para sobrevivir como guerrero, creceré para ampliar el espacio de armonía y seguridad en el que quieras crear tus propios juegos.

Ven, caliéntate bajo mis alas. Yo me encargaré de que estas sean fuertes y vuelen lejos para avistar los más jugosos nutrientes y puedan defenderte con todo el coraje de mi voluntad de monstruos y fantasmas.

Ríe pleno en tu iridescente corazón, pequeño niño.

Levantaré mi espada por ti, retando a formidables enemigos, calentando mis cañones, elevando a los Cielos mi grito de guerra a que los dioses te asistan y las diosas te consientan.

Y si un día regreso herido, dando tanto de mí que ya no sé quién soy, aferrándome de mis miserias para justificar mi existencia, tú sigue sonriendo. Mi veneración por tu alegría me dará el aliento para continuar.

No te preocupes, pronto volveré a encender el sol aunque sea noche y sembraré flores en el lecho en el que te he de cobijar.

Doy mi vida por ti, pequeño niño.

Tú solo sigue celebrando que existes.