Mi rezo

A ti te canto, atesorado fuego dentro de mí.

Porque no necesito ni pido nada, sino que me entrego completo al ardor solemne en mi pecho del puro agradecer.

Te bendigo, chispa de vida que nace de la fuente de toda bendición.

Soy tan solo el capullo de una larva que quiso volar, y así entró en la hoguera de la oscura honestidad para aprender con paciencia a desplegar sus alas.

Soy nada más que el vacío de la flauta que quiso permitir al universo resonar su melodía celestial a través de su inocencia terrenal.

Te honro, centro absoluto de esta gloriosa existencia que se extiende hacia el infinito desde la nada intangible pero certera.

Fulgor misterioso que estremeces los rincones más escondidos de mi malograda humanidad.

Silencio eterno que cubres con tu majestad las más estruendosas confusiones en mi obstuso mundo.

Ven a mí, mirada fija, libre refugio de mis pesares, sutil aroma de estrellas.

Lléname de tu plenitud, imprégname de tu presencia, instrúyeme en los antiguos principios del verdadero amor.

Te llevaré a través de los valles ensombrecidos de la muerte hacia las soleadas cumbres de pastos delicados y flores candorosas.

Recógeme en tu fugaz vuelo, oh ave de la libertad. Remontaré los cielos en homenaje a la sagrada fuerza que levanta mis pies.

Tu dirección es tan clara que no importa qué camino seguir, ni por cuánto tiempo seguiré cayendo en tu abismo.

Y sin que me anuncies mi porvenir, confío en que el sol sale cada día con la cotidiana sencillez de la trascendencia divina.

Te siento, te vivo, te contemplo.

Y con la vibración incandescente de todo mi ser, te canto.

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