Mago blanco planetario

¡Corran, tontos! exclamó, dando por salvados a sus inteligentes amigos.

El mago gris cayó junto a su formidable enemigo hacia el abismo sin fondo.

Pero, ¿qué había pasado? No recordaba cómo llegó allí. Siempre había sido un mago amable, servidor de la luz. Seguía el manual del mago blanco, que era el amor. Honraba la vida agradeciendo existir con un sagrado voto.

Miró por última vez un rayo de luz, dándose cuenta que la prioridad había cambiado de repente. Su situación era desesperada, sino irremediable.

Comprobó su vestimenta, que ya poco se veía. Era gris aún, aunque había sacrificado su vida por amor. Según su tradición, debía ascender de grado. Pero no le entristeció por orgullo, sino porque entonces le habría sido fácil vencer al formidable enemigo que se le cernía encima.

Un instinto explotó al ver al abominable monstruo ante él, una electricidad que no sentía en mucho tiempo. Había cedido todo al amor, pero ahora urgía la acción.

Pensó un momento, dejándose hipnotizar por la complacencia de soñar que estaba en un lugar feliz. Pero la velocidad de lo inevitable le alertó.

Saltó con la agilidad de un tigre, zafándose de las garras de su formidable enemigo. Desenvainó su gris espada y desafiando con rebeldía el voto sagrado de su existencia, penetró el melancólico corazón de la oscuridad que le azoraba. Percibió la muerte sacudir los estertores de su víctima y ensuciar de horror al victimario.

Destensando su posición de ataque se extendió, apoyando su cabeza sobre el moribundo cúmulo de sombra. Seguía cayendo hacia la nada infinita. Pero ya había hecho lo que debía hacer. Si el resto de su insignificante vida consistía en hundirse eternamente, que así sea.

La aceptación le aclaró la vista, y pudo ver las paredes invisibles de su mundo.

El mago blanco despertó. No recordaba cómo había llegado allí. El sol calentaba unas montañas frondosas en la cercanía, desde donde coqueteaba una cascada que resonaba burbujeante junto al sendero.

Quiso recapitular conscienzudamente. Las pesadillas se borraban en el mundo fantasioso de los recuerdos, opacadas por la luminosidad de un cálido día.

Pero sabía que venía del fondo más abominable de la galaxia. Reconocía que él había sido esa oscuridad, él había sido peor que su formidable enemigo. Y si su procedencia era la pura densidad, su horizonte será la pura alegría. Se levantó con la agilidad de un tigre y comenzó su camino.