La historia del ser humano

Nos cuenta este mundo una historia.

La naturaleza humana se expresa en este mundo a través de formas energéticas de ciertas vibraciones variadas.

Las ondas generan a su paso leyes físicas para unirse entre sí en centros o campos energéticos entendidos como individuos, la entidad que se hace llamar ser humano. Esta estrella de energía, al ser observada, es establecida en partículas que conforman un ecosistema biológico que vemos como el cuerpo humano.

Este sistema abierto se compone de una población incontable de sistemas más pequeños que tienen formas específicas a través de las que permiten fluir la vida. Cada particularidad de energía se asigna a sí misma ciertas tareas que, en conjunto, encajan a la perfección con una tarea única que es mantener la vida.

Entre fuerzas que se perciben a sí mismas como células, microorganismos, neuronas, sangre, órganos, fluidos de vida, impulsos de palpitar, etc, también coexisten sustancias más sutiles que se conocen a sí mismas como pensamientos, emociones o influencias.

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Los mencionados entes, en su libre transcurrir en este mundo, cumplen como función una cantidad de interacciones para dar continuidad, tanto a su propia existencia, como la del resto del mundo. Nada está fuera de lugar. Todo tipo de sensación y corriente mental es parte de una totalidad perfecta que jamás en el mundo se ha equivocado.

La atención es el centro de una cohesión del flujo de vida que mueve el mundo. Hacia ella entra la percepción de estos torrentes de realidad, según sea la dirección y la modulación de frecuencia a la cual ella esté recibiendo o sintonizando. Dada una zona de posibles percepciones correspondientes a la naturaleza humana, la atención se mueve dentro de ella atrapando hacia la experiencia una sub área de vivencias.

Una historia específica entre las infinitas que cuenta el mundo, es escogida para ser interpretada y desplegada ante los sentidos como un mundo individual. La atención enfoca aquello que será ese instante que un ser humano reportará en su comprensión del mundo.

Otro habitante del mundo humano es la identificación. Es un nervio que habita en los límites de lo manifestado hacia la aprehensión de la realidad que es enfocada por la atención. Así, la identificación es el fluir de un dinamismo que genera a su paso leyes etéricas para unir entre sí agrupaciones de realidades.

Cada ser deja a su paso un rastro, una huella que atestigua su existencia. El de la identificación es una solidificación de la percepción, algo como una ralentización en el transcurrir del mundo. Y no en el transcurrir como tal, sino en la interpretación de la historia que nos está contando el mundo. En este caso ocurre un desfase, llamada por el ser humano ilusión o maya.

Entonces se presenta una obnubilación ante la comprensión del mundo. La vivacidad de los movimientos mentales impresiona la credulidad del ser humano, que escoge quedar atrapado en un mundo de sueños que se alimenta del crédito que se le sea dado.

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La clave es discernir. No tanto qué es qué en el mundo, sino más bien el conocimiento de que todo lo que transcurre es nada más que destellos que ocurren en el biorritmo de un organismo que pronto de desintegrará de vuelta a la nada.

Más allá de lo que es reportado por el filtro interpretativo llamado identificación, más allá de lo que es percibido por el ojo que todo lo ve llamado consciencia, más allá de la manifestación misma de la consciencia, más allá de lo que se llama existencia y no –existencia mismas. Este más allá puede ser conocido por el ser humano como Aquí.

El mundo cuenta infinitas historias, algunas más convincentes, algunas más sutiles. Pero todo en absoluto, todo aquello que puede ser observado, percibido o interpretado, es tan solo un habitante del mundo.

Pero detrás de la historia entera del ser humano, observamos: ¿Qué permanece siempre Aquí?

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