La verdadera historia del Génesis. Parte 1

En el principio fue engendrado Dios por los cielos y la tierra. Unidos en santo romance, los cielos preñaron a la tierra. Nadaron los blancos cielos en feroz competencia hacia el esférico óvulo tierra. Y allí, el ADN padre y la célula madre se hicieron uno. Ya ningún hombre pudo separarle. Dios Verbo escuchó llamar su nombre y aquí entonces se hizo carne.

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La tierra estaba agitada y húmeda, allí en las tinieblas de su útero. Durante 9 meses, el Espíritu de Dios se movía en la bolsa de las aguas.

Y Dios dijo: ¡Madre, deme a luz!, y fue la luz.

Y por fin, aspirando aire entre llantos de alivio, vio Dios que la luz era buena. Y dejó tras de él las tinieblas.

Y fue la mañana y la tarde de su primer día de vida en este mundo.

Y mientras lo bañaban, dijo Dios: “¡Oh! ¡Arriba es arriba y abajo es abajo! ¡Hay aguas arriba y hay lagunas abajo! ¡Hay lejos y hay cerca! ¡Hay un tú y hay un yo!”

Y entendió Dios la expansión, lo espacioso que es la percepción de su naturaleza. Ése fue un segundo impulso para su vida.

En días consecutivos conoció la tierra polvosa, la mar poderosa, las coloridas plantas, las pequeñas semillas, los frutos jugosos, el sol y la luna por entre las estrellas del firmamento.

Curioso era Dios descubriendo un mundo que siempre era bueno.

Y bendijo Dios todo lo que percibía, porque no conocía sino gracia y paz.

crecer

Al crecer, Dios se fue transformando en hombre a su misma imagen y semejanza. “Soy polvo de la tierra”, dijo y respiró aliento de vida.

Más mayor, llegó a la etapa en que el comando era fructificar y multiplicarse, y enseñorear todo lo que vea para así sobrevivir.

Y en su séptimo cumpleaños descansó. Se sentó y reflexionó. “Estoy listo para comer del fruto de la percepción dualista del bien y el mal.”

La serpiente, esperando desde siempre este momento, le despliega un mundo de fantasías celestiales deliciosas a la vista, y el hombre se deja llevar por la embriaguez de sus pensamientos y las tentaciones del mundo. Se adormeció en medio de su paraíso y dejó de notarlo, dejó de recordar su aliento de vida. Olvidó que era divino y le dio vergüenza la desnudez de su alma. Ciertamente, murió.

Así el hombre maduró y se hizo adulto al perder la inocencia original. Insensible adulto que solo sabía del movimiento superficial de la sociedad y de ponerle nombres a las cosas.

En la historia de un hombre común que nació siendo Dios, acontece que conoce a una mujer. Unidos él y esa mujer, repetirán la historia. Nacerá de nuevo el niño Dios.

Mientras el hijo del hombre vuelve a comenzar el ciclo, el padre inicia otro viaje: El de evolucionar lo suficiente como para regresar al hogar y volver a su alma de niño.

La historia continúa…

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