Escribir

“Escribe”, me dice la musa.

Yo, de reojo, no le escucho.

“Escribe”, ordena.

“Y qué podría yo escribir?”, le digo. “No ha estado marchito mi espíritu y mi inspiración perdida de tus cantos?”

“Y es que miro, hay tantas cosas que quieren ser escritas, peto tan poca disposición a escucharlas. Las realidades del mundo gobiernan tanto nuestra atención y levanta el ruido de nuestras mentes. San Juan clamaba en el desierto, donde solo las langostas comprendían su magia.”

Ya se levanta mi ceja de delirio cuando miro, y escucho el ruido de mi mente que se ha levantado.

Ah, ruido. No, no quiero escribir ruido. Ya hay demasiado.

“Antes me ayudabas, me decías qué escribir. Ahora solo me miras acechante.”. Miro cabizbajo.

“No, no me importa no ser escuchado. De hecho, quiero que aquello que salga de mi puño sea tan crudamente honesto que nadie en su normal juicio quiera escuchar. Ya no quiero escribir sobre las estrellas que centellean en sus coloridas alturas, aquellas de las que me hablaste tanto alguna vez. Quiero escribir sobre lo intensa que es la noche para el hombre, lo difícil que es evitar reaccionar como niño malcriado al impetuoso fluir de la vida, lo crudo que es la soledad…”

Hago silencio, como para contemplar el dramatismo que invocan mis palabras.

“Bueno, así, pero más honesto”. Al decir esto, miro hacia qué significa para mí la honestidad.

Sí, se experimenta crudeza en la vida. La noche pesa su tanto, y la sociedad que me representa está partidizada de loca.

Pero, mientras hay vida, es innegable este regalo aquí.

Si miro con total y cruda honestidad, no puedo dejar de reconocer el milagro cuántico de mi existencia, a tal punto que todo el contenido que ella despliega pierde validez.

“Sí, escribiré sobre el inefable agradecimiento que siente eternamente mi alma por la manifestación del universo”. Exclamo. “Contaré al mundo de la maestría del silencio, de la majestuosa presencia que ilumina al ojo que lo ve todo sin juzgar, que acepta la vida con agradecimiento puro e intocado.”

Vuelvo a hacer silencio para escucharme.

“Sí, soy consciente de tu mirada acechante. Está bien.”

Entonces miro hacia aquellas frondosas estrellas de las que mi musa me habló tanto alguna vez.

Y por primera vez, hago silencio.

“Escribiré sobre esos mundos desconocidos que centellean sobre nosotros. Escribiré sobre caminantes que se pierden para encontrarse, sobre hadas que comen junto a rebeldes mesías, prostitutas y cobradores de tributo.”

“Pero como tú ya no me cuentas de aquellos lejanos tiempos, iré yo a visitarles.”

“Y sí, haré caso a tu acechante mirada. Escribir no será solo sobre aquello de lo que casualmente escucho. Para escribir tendré que ir y experimentar de carne propia las aventuras que exhalan conocimiento. Mi vida consistirá recorrer campos y sabanas para expresar la frescura de la vida que todavía reconforta al niño malcriado que vive en nosotros, tanto como los valles y quebradas que fortalecen al Padre que es consciente de su rol en la vida. Y eso, traerlo mi puño.”

“Escribiré sobre mi silencio. Pero para eso, entrego mi vida a hacerlo.”

Miro, y escucho nada más que silencio.

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