Ese ser humano que somos

El ser humano es la encarnación biológica de un ángel que bajó al mundo con una específica misión: rescatar las fuerzas tenebrosas de entre las tinieblas.

Nuestra madre tierra recibió en su sagrado vientre a una especie animal que pronto destacó por ser en extremo vulnerable a las mareas caprichosas de la inconciencia.

Bajo nuestros pies, tierra y agua se mueven insospechadamente, mientras que el fuego del sol y los vientos transforman a cada instante el mundo, siendo este de una maravilla arquitectónica insuperable, llena de vida vibrante, paz centelleante y colores sin par.

Nuestra inocencia demente con la que nacimos, nos atrajo sin embargo a los más peligrosos barrancos y nos llevó bajo las garras de las más fétidas bestias infernales. Al comer del fruto del pecado, reconfirmamos nuestra voluntad de hundirnos en el hades terrenal.

¿Qué hacemos acá? ¿Qué ganamos con sufrir tan cruelmente en nuestra vida?

Precisamente, ganamos la experiencia de sufrir. Al nosotros vivir a cada una de estas fuerzas tenebrosas, con todas sus maldades y tormentos, les estamos recibiendo en la gloria que somos. Al permitir que en nuestra experiencia de vida se incluya la oscuridad, estamos trayendo la linterna sobre ella. Somos, pues, luces en la noche.

Somos alquimistas, de naturaleza, profesión y vocación.

No aparenta ser fácil nuestro trabajo. Es porque al hundirnos bajo aquellas fuerzas que estamos salvando, nos es velado, por el olvido de su sombra, el quiénes somos. Al no más conocernos, comenzamos a creer que somos aquellas fuerzas. Las fibras de oscuridad aferradas en el fondo de la inconsciencia, piden que nos adentremos en lo profundo de ese olvido para poder arrancarlas de raíz. Y la herramienta para esto es la creencia.

¿Pero, y cómo trascendemos? ¿Cómo lo hacemos?

Es fácil: Continuando lo que estamos haciendo. Vamos bien. Estamos dormidos en la miseria, y eso es parte de nuestro oficio. El proceso de sentir aquella zona del universo está dándose tal como lo planeamos. Estamos viviendo en la manera natural de vivir en donde estamos viviendo. Aun si llegamos a olvidar que todo está bien, todo sigue estando bien.

La clave para continuar es el sentir. Identificar cada percepción, no aprendiéndolas sino discerniendo. Discernir es lo contrario de aprender. Mientras que aprender es guardar la memoria de una oscuridad para pre-establecer un protocolo de interacción con ella, discernir es entregarse por completo a la facultad de nuestra experiencia para constatar de primera mano qué está ocurriendo aquí y ahora.

Los rayos de oscuridad se extienden impulsado por la fuerza vital que les inyectamos nosotros mismos. Y en su rumbo nos llevan con ellos, justamente hasta donde nosotros nos dejemos llevar. Ni un milímetro más.

¿Juzgamos a los criminales, ladrones, malignos? Pues ellos han tenido la valentía de dejarse llevar hasta las raíces del pantano, ellos han asumido la tarea más dura que puede tener el ser humano. Honrados sean, y cuando culminen su asignación su designio será sentarse en paz.

Creer en los fenómenos del mundo consiste en aferrarnos a la falsedad de sus historias, fuerzas que nos transportan alejándonos de la verdad que está aquí. A través del acto de discernir, vemos. De esta forma dejamos de creer, pues al ver la evidencia con nuestros propios ojos, no necesitamos más la prisión de la creencia.

Cuando descabalgamos de aquellos rayos de oscuridad, ya estos no podrán arrastrarnos más, y perderán el impulso que les oscurece. Serán también libres.

Aquello que parece impedir que sintamos, que se interpone en nuestra solicitud de discernir, es aquello que llamamos miedo. Tememos darnos cuenta de dónde estamos metidos. Nos paraliza el frío. Sin embargo, el temor no es más que otro factor en aquella experiencia en la que estamos zambullidos. La lucha contra la muerte es ese demonio que atormenta nuestra vida, pero esto también estaba previsto. Todo lo que ocurre en este mundo sigue siendo tan solo corrientes de pensamientos transitando frente a nosotros. Ninguna de aquella oscuridad es real.

Y ocurrirá naturalmente, durante el transcurrir del proceso que funge nuestro destino, que vamos notando la luz. Una luz que no nos espera al final del túnel, sino que está aquí desde siempre y su brillar ha estado formando la imagen de un túnel en donde ocurre que estamos despertando a la luz.

Pronto, poco a poco, irá refinándose nuestro sentir. No es algo que podamos acelerar, porque ninguna germinación de vida en la naturaleza acepta la prisa. El despertar simplemente ocurrirá, aquí, ahora, tal como estamos viviendo nuestra vida. No depende de nosotros, porque ese nosotros que decimos que somos no es lo que somos, sino que señala solo a las tinieblas con las que estamos identificados. Depende de nosotros, ese nosotroe que sí somos. Ese yo que nunca dejamos de serlo es la divinidad universal misma que quiso ser humano para experimentar una humanidad. Eso somos.

No hay nada que hacer, sino seguir siendo humanos, seguir siendo lo que somos.

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