Enmudecido por las contrariedades de la vida, dejo de luchar.

Enmudecido por las contrariedades de la vida, dejo de luchar. Tanta energía he invertido ya en estallar mecánica y rutinariamente contra el muro de mis lamentos. ¿Qué me ha quedado más que un cansancio amargo?

Bajo la cabeza entonces, consciente de mis fallos que no son hechos pasados sino distracciones de mi presencia. Mis culpas soberbias que pesan a vanidad, secuaces de la ansiedad que propicia mi torpeza de seguir fallando, pierden ya validez.

¡Oh, añorada humildad! !Qué precisa es tu mirada, qué elogiada es tu grandeza! Dime cómo alcanzar la punta de tus pies. Enséñame cómo rendirme a la majestad que arde en mi pecho. Enciende en mí el vigor de ese silencio que en el conocimiento de su origen único acepta imperturbable la multiplicidad de sus manifestaciones.

Con los ojos humedecidos agradezco todo lo que tengo: Una sonrisa en mi alma.

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