En el medio

Y el caminante llega a una lejana peña para sentarse en paz.

No descansando en paz, sino alerta en paz.

Porque aún los alebrijes seguirán circundando y los depredadores seguirán vendiendo sus ideologías en todos los territorios de este mundo.

Y la paz del caminante será congruente con la vigilancia que proceda sobre aquella peña en la que él está sentado.

Los guardianes notificarán las irregularidades, las aves pausarán sus cantos. Él deberá escuchar a la distancia el mínimo crujir de las ramas, olfatear sin error el levantamiento de cualquier emoción, avistar en el horizonte a toda nube acorazada.

Su serenidad es proporcional a su fiereza. Su plenitud va de la mano con su astucia. En su silencio exhala un canto. En su divinidad se reconoce animal.

De cuclillas sobre la lejana peña, su calculada quietud le permite acechar sus presas con ligereza.

Atento, caminante. No te aletargues.

La vida es una jungla, y a nadie corresponde honrar el tesoro de tu vida sino a ti mismo.

Siéntate, caminante. Observa que el mundo habita a tu alrededor. Tú estás sentado en el ojo de la tormenta. Por la senda de la Gracia, nada podrá tocarte.

Y el caminante se sienta, siempre en actividad. Perfeccionando siempre el arte de no hacer nada. Concentrado siempre en la alegría de advertirlo todo.

Porque, ya sean miserias o tristezas, furias o desbarrancos, su mundo subjetivo no tiene importancia.

Hay un cielo más allá de esa pequeñez, un sol que no deja de brillar, un universo que nunca se cansa de ser eterno.

La vida se multiplica por doquier. Las galaxias se expanden hacia todas partes. Las bendiciones llueven sin cesar sobre este mundo de locos.

Y en medio del mundo, un caminante llega a una lejana peña para sentarse en paz.

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