El poder del silencio

!Empodérate!, dicen las voces convencidas de algunas gentes.

y yo miro, y no me da la gana de empoderarme. ¿Por qué haría algo que yo no quiero hacer, por hacer lo que las voces repetitivas de algunas gentes me dicen que haga?

Pero no, en desoír los cantos de las sirenas y solo escuchar la voz más sincera de mi corazón, hay algo que podría llamar poder. O sea, ¿Qué mayor plenitud que ir por donde me dé la gana, aun cuando sean sendas solitarias o penumbrosas?

Por supuesto, es vital la vigilancia.

El punto es, como todo en la vida, quién soy yo.

Si soy ese vagabundo que cae a cada paso, que aprende a cada respiración, que peca, mata, roba y se arrepiente, es pesaroso renunciar al golpe de mis emociones a cambio de migajas de claridad.

Pero si soy esa nada impersonal que orquesta el universo, al que no le duele nada porque le duele todo, el arquitecto de los compases y los arquetipos, tengo una perspectiva un poco mejor.

Por eso, todo el poder que puedo experimentar como humano, es aceptar que no soy eso que yo estoy decidiendo ser.

No soy nada con perfume de personal. No soy nada que diga yo.

No hay en el universo una sola individualidad que tenga la voluntad de empoderarse.

Un silencio que vibra es todo lo que existe, contiene al universo y contiene mi humilde individualidad.

La vigilancia refiere a ese fuego natural de todo espíritu, de discernir entre la paja y la aguja. Entre lo palpable y lo imaginable. Entre el ciclo vida-muerte y la muerte.

Bajo la dimensión entre la tensión y la relajación, el poder está en la atención.

Y cuando hago silencio, el silencio habla.

Pero no, la historia de aquel vagabundo de la triste figura, no tiene nada que ver.

Mi espíritu divino ha existido, siempre. Haciendo lo que le da la gana, siempre.

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