El mito

El silbido de un pajarillo rasga el cielo desde tal lejanía que solo relampaguea en el vientre de la intuición.

El sol intenta calentar la neblina que lo adormece todo, la cual antes parece estar refrescando al sol.

Gotea el sereno desde las hojas de árboles que no se ven a sí mismos porque les tapa el bosque, formando en la tierra patrones caprichosos de humeante sublimación.

El caminante tiempla el piso bajo sus pies, el cual antes tiembla distorsionando la horizontalidad de su confianza.

La batalla ha sido larga, y ahora el amanecer le ofrece un respiro frente al cansancio de su espalda.

Una sola medicina está disponible para su dolor: sentirlo.

La sobriedad empieza a estabilizarse donde hubo resistencia y donde siguen abundando los miedos.

El corazón se abre en llamas, primero intensificando las tensiones emocionales, luego haciéndolas estallar como a cascarón que se hizo duro para fortalecer al que le rompa.

Cada momento durante confusas eternidades en que purgatorio estancó el mundo, la voluntad acumuló suficiente pulsión de vida para derribar el muro de toda división.

El choque sacude el adormecimiento y el coraje de la guerra levanta la frente decidido.

El caminante respira el aire fresco de la mañana, y sonríe confiando en la luz que revela el verde de su palabra.

Una sola posibilidad es correcta para sus mentiras: Cuestionarlas.

Levanta desafiante los brazos, inflamando sus moretones con una fiereza que solo puede sostener la bandera de la sagrada Lealtad.

Entonces fija la mirada y se sienta sonriente.

Agudo escucha el silbido de un pajarillo tan cercano que se rasga la tierra como los cielos.

Y el sol vuelve a elevarse desde el horizonte, continuando en paz la rueda del mundo.