Confesiones de un escritor

Como ser humano, siempre fallo. Siempre me olvido, siempre yerro, siempre dudo.

Como escritor, en cambio, también.

Hay dos formas de escribir, así como hay dos formas de hacer cualquier cosa: Describiendo los detalles de un sueño, o estando despierto desde el silencio. Desde la manera más grosera en que las palabras se atropellen en una composición repetida intelectualmente, hasta el arte de expresar el silencio sin formar parte de la autoría, hay un rango de posibilidades. No es lo que digo sino desde dónde nace lo que digo.

Personalmente, fue hace unos años cuando algo se comenzó a abrir. El sueño de mi niñez empezó a insistir sobre mí. La medicina yagé organizó en un espacio dentro de mí un mecanismo de aprendizaje. Durante varias etapas, las palabras llovían precipitadamente. La lengua intensificó una actividad onomatopéyica y primitiva. Si repito mil veces cualquier palabra, pierde el sentido. La sinestesia descontroló un equilibrio al que continuamente he de esforzarme en regresar.

Dos episodios han marcado un hito en la historia del escritor.

También impulsado en la sed que me ha llevado a tomar yagé, hay una intención que ruge con fuerzas. Para bien o para mal, tengo una necesidad insatisfecha de enseñar. Las raíces de este síntoma son, por supuesto, un vacío provocado por no saber nada. Así que, enseño porque no sé. Mi cojera es creer que sé. Chocar con mi pedantería ha sido tan importante en el desarrollo de un proceso en el que me esmero porque me gusta.

El segundo impacto en mi vida fue llegando hace unos días. Sin intentarlo, se presentó ante mi visión un personaje. Muy familiar, el tal ser. Era como un monstruo de dos cabezas, dos polaridades muy similares. Era totalmente inofensivo, excepto por su habilidad de montar espectáculos grandiosos de lucha y oposición entre sus dos mitades, algo excesivamente atrayente para el ser humano. Lo reconocí con el nombre de Política.

Vi que la única forma en que el ser humano puede ser atrapado por esta fuerza, es que el ser humano le ponga atención. Así que el contenido de mis escritos fue: No le pongas atención.

Pero algo no andaba bien. Se me presentaba la obstinación de mencionar estas cosas, aunque sea para concientizar sobre ellas. Sucedía que, eso que yo pedía que no tenga huella impresionable, me había impresionado a mí. Tan oscura era la figura que se desplegó a mis ojos, que me cegó.

Pero entonces, llegué más lejos. Mejor dicho, me aplastó lo lejos. Mi mirada alcanzó a percibir el secreto que busca toda ambición, el secreto que conocen aquellos humanos que han logrado conquistar y manejar el mundo a través de poderes como la política y el amarillismo.

El secreto para lograr lo que quieras es: El mundo es un sueño. Cuando sabes que estás soñando, puedes soñar lo que quieras. Puedes disponer del mundo como quieras. Tú eres Dios para tu mundo.

De repente, nada tenía importancia. Nada tenía valor. ¡Así que todo ha sido un sueño! Nada ha tenido validez, nunca.

De repente, cada palabra salta a la vista. La irrealidad de cada palabra confiesa que cada palabra es falsa. Tanto que he intentado en este mundo, tanto por lo que he luchado. He dado mi vida, y no ha sido sino tan solo un sueño.

¡Qué vacías han sido mis palabras! ¡Qué tonto creer que sé!

Pero el silencio está siempre despierto. He perdido la esperanza, pero no la necesito. Aquí está el silencio, desde donde las palabras no pesan.

Ya no sé qué escribir. Todo es lo mismo. Todo está vacío. Todo es ignorancia. No tengo bases para enseñar, no tengo posibilidad de saber. Nada escapa de ser ruido. Tiro la toalla.

Como escritor, no tengo nada que dar.

Como ser humano, en cambio, tampoco.

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