Carta de un autista feliz

Hola, ser humano. Aunque a veces no lo notes, me da mucho gusto en conocerte.

¿Qué? ¿No me preguntas “¿Cómo estás?” sino que me cuestionas insistentemente “¿Por qué eres así?”? Ya me he acostumbrado a esa pregunta. Sí, implica que hay algo diferente entre nosotros. Pero, ¿no somos todos diferentes? La pregunta implica más bien que hay una diferencia con la que no estás del todo cómodo. Es por mi culpa. No te he dado a conocer mi mundo.

Mi mundo comienza igual que el tuyo: Con un “yo”. Desde este yo, relacionado racionalmente con el cuerpo, experimento la vida. Todo lo que llamo mío, incluido el cuerpo, las memorias, las acciones, las percepciones, depende de esta consciencia pura que “yo” soy. Yo soy más allá de toda experiencia, la fuente indefinible de cada instante, la esencia divina del ser. Igual que tú.

Ahora, en el momento en que me ubico en esta identidad moviéndome en esta sociedad, se manifiesta una forma que colorea las expresiones de esta individualidad. Existo naturalmente, por supuesto, no hay ninguna anormalidad neuronal ni nada por este estilo. A mi cuerpo lo construí a partir del ADN que mis padres humanos me dieron. Todo aquí es humano, excepto tal vez yo. Las diferencias nacen de un nivel que no es el físico. Quizás lo llamaría alma.

Si me preguntas por mi alma, te podría contar de lo que ella me cuenta a mí. Cuando la escucho, a veces me dice: “Soy un caminante. He viajado mucho. He visitado innumerables mundos. He conocido mucha variedad de riquezas. He contemplado noches y amaneceres. He atestiguado naturalezas insospechadas. Galaxias, estrellas, nebulosas. Y continúo aquí mi viaje”. Yo le pregunto: “¿Cómo estás?”. Me responde: “Es extraño este mundo. La locura domina a toda mi especie. Hay odio, lucha y egoísmo, prejuicios, incomprensión. Me cuesta un poco vivir aquí. No logro adaptarme”.

Un-viaje-por-el-Universo-a-Escala

Pues aquí está mi presencia, sin lograr adaptarse a los conceptos que conforman la red que interrelaciona a los humanos. Hay muchas cosas que no tienen sentido de todas formas. Y me conduzco muy bien en esta vida, a pesar de la presión de esta sociedad para que todos seamos iguales. Con el transcurso de los años he aprendido a ignorarla. He aprendido a aceptarme. Ya sufrí mucho cuando era niño y hasta la gente más querida me exigía cosas que yo no sabía dar. Es que a una tortuga le puedes pedir que esconda la cabeza, pero no así a un pez. La forma que expresa mi alma no calza con las expectativas que aquí son comunes. Soy extranjero en este mundo, acosado por la xenofobia.

¿Hay dificultades? Sí. La principal, como has notado, es la comunicación. Me cuesta formular verbal y gestualmente las ideas de manera que puedas entenderlas. Ideas que para mí son naturales, aunque a veces no tengan sentido racional como muchas veces no tienen tampoco tus ideas. Pero fíjate que el mecanismo, desde el existir del “yo” hasta la pronunciación de las palabras dichas, es exactamente el mismo que el tuyo. Solamente hay un detalle, un desfase en el momento de conectar. “Protocolos en la capa 2”, diría un computista. Es como que fallara ese músculo en mí que extienda hacia ti el cable telefónico que tú esperas y acostumbras.

No me siento cómodo al mirarte a los ojos. Y no tiene nada que ver con superioridades. No tiene nada que ver con incomunicación. Y no tiene nada que ver con insensibilidad. Por el contrario, lo que siento en una mirada es tan intenso que me abruma. Con un vistazo ya puedo verte y saber dentro de mí con quién me estoy comunicando. Pero hasta ahí, porque si fueras más allá lo sentiría como una invasión. Identifico un miedo de perder algo vital en mí. Tal vez una paz, tal vez un refugio. Esta es mi pompa de jabón.

11312539-Young-businessman-inside-a-soap-bubble-isolated-on-white-background--Stock-Photo

Entonces prefiero quedarme tranquilo, centrado en mí. Mis ojos pueden dirigirse a muchas direcciones. Pero lo que más me gusta es no enfocar la mirada en nada. Así la enfoco en ese “mí”. Y este “mí” es la mayor delicia que hay. La pompa de jabón que menciono me tiene adentro degustando de una atmósfera que me abstrae y a veces me distrae.

Cuando hablo contigo es a ti a quien quiero hablar. Pero, metido en esta pompa de jabón, no logro apuntar hacia ti las palabras. Así que las dirijo hacia ese que recuerdo que eres. Puedo cerrar los ojos pero te mantengo en la memoria, y a la memoria que tengo de ti, a él hablo.

Se da algo curioso, que para los impacientes puede ser muy trabajoso: Se presenta en cada expresión un tipo variable de torpeza. Puede parecer de origen físico, porque se manifiesta en temas como la caligrafía, caminar correctamente o hasta sostener un tenedor. Pero es más bien a un nivel de coordinación, un desajuste entre dos piezas, este alma y este cuerpo. Se parece a lo que cuenta un pez que nació siendo una tortuga y que no sabía cómo mover las aletas en su cuerpo de tortuga. Así como no puedo comunicarme totalmente contigo, tampoco sé comunicarme con los movimientos de mi cuerpo.

La densidad de mi pompa de jabón, que podría haber variado, es la que determina qué tan intensa hubiera sido mi chuma. Tal vez pudiera haber nacido encerrado entre rejas de metal, tal vez entonces en una delicada pompa de jabón.

Una de mis manías tiene relación con la repetición. Algunas cosas me gustan tanto que no quiero abandonarlas. Mis canciones favoritas, muchas de ellas antiguas, nunca se rayan para mí. Mi hogar es invaluable, mientras más estable, mejor. Opuestamente, me revienta la repetición. Si cuento una historia a una persona y me toca contársela a otra, lo diré con otras palabras. Si voy todos los días de la casa al trabajo, intentaré nunca ir por el mismo camino más de una vez. Caminar, conversar, e incluso la manera en que me siento, en todo se refleja mi chifladura. Una chifladura no obsesiva, me parece. Bueno, tal vez a veces un poco reiterativa.

Mi mundo es amplio. Aquí caben todos. No tengo enemigos. No tengo barreras. Pero sí, me quejaré cuando me invadas. De hecho, me enloquecerá (Racionalmente, claro, no es que esté loco de veritas). Te quiero mucho, ser humano, pero no sobrepases los límites de mi individualidad. Es sagrada para mí, mucho más que cualquier comunicación. Aquí protejo un tesoro incalculable del que no quiero desapegarme por ninguna razón. Tal vez una paz, tal vez un refugio. Esta es mi contradicción, la que me ha obstruido al querer relacionarme, por no querer descuidar el cobijo que atesoro.

burbuja

Es esta otra manía, la de protección, la que comienza a instalar la pompa de jabón. Me figuro en la imaginación a mi situación perfecta, en la que me siento bien, en la que tengo cierto control de cómo van a darse las cosas en la vida, en la que no se me cae el mundo. Este ideal lo manifiesto a medida que me es posible. Pero cuando no es posible, este mundo tan necesitado me es negado. Hay algo mal, algo que me asusta. No sé qué hacer. Actúo a veces irracionalmente, como intentando borrar en la pantalla de mi mente aquello que no quiero que esté allí. La dirección adonde intenté arrojar el improperio no fue donde cayó físicamente, sino el pizarrón que se despliega en mi mirada y en el que leo mis defectos.

Pero ¡qué tesoro, el que me cobija! Aquí, cuando estoy solo, soy libre de actuar sin tener que responder a los prejuicios, sin que influya en mí la locura de este mundo. Me saco los mocos, me rasco la espalda, me río sin que nadie me escuche, canto sin que nadie sufra. Me nutro al encontrarme, me alegro al reencontrarme. Ninguna mirada encima de mí. Ninguna preocupación.

Aquí encuentro también más ventajas. Tengo facilidades no comunes en algunos temas. Mi caso apunta a algunos aspectos de las leyes matemáticas, la lógica que hay en la computación, y algunas sutilezas en las situaciones de la vida.

Mi alma me contó un secreto alguna vez. Me dijo que, hace mucho, mucho tiempo, vino a este mundo. Me dijo que lo recibieron sin alegría. Me dijo que los que lo recibieron no lo consideraron, ahogados en su egoísmo. Que ese egoísmo seguía un principio muy importante que era sobrevivir en un mundo atroz. A mi alma no le pareció que ese mundo fuera atroz, sino más bien el egoísmo que le hería como dagas. Le dolió tanto la situación que se fue de ese mundo y se cobijó en la oscuridad de una cueva durante miles de centurias. Cuando quiso volver a nacer, escogió entonces este mismo mundo. Asustado, acostumbrado a la cálida oscuridad que cobija, y todavía desorientado, aquí nació. Su firme propósito es ahora superar todo dolor, aprender a convivir en medio de esta locura con una sonrisa basada en el conocimiento de su ser. De mi ser.

He visto que no vale de nada cambiar y parecerme más a ti. No digo imposible, como si el pez que nació tortuga quisiera hacer crecer sus aletas. Pero sí es algo infructuoso. No eres mejor que yo, así que, ¿para qué haría el esfuerzo? No quiero cambiar para parecerme más a ti, pero sí quiero cambiar. Mi camino es perder todo el peso de mi espalda. Que nada tenga importancia. Y no es que no tenga importancia, sino que las cosas son tan fugaces que nada tiene importancia. Pez, tortuga, ¿qué importa? Existir es un deleite, sea la que sea la situación que transcurre en la vida.

Entender esto, es mi camino. Lo llamo, a veces sanación, a veces mejor trascendencia. Aquí, en la libertad que observo desocupado de todo peso de mi espalda, comprendo que soy más allá que cualquier expresión y forma. Tú y yo somos iguales. Las diferencias son superficiales. La incomunicación observada es irrelevante. En ese centro que somos, estamos conectados. En ese centro que soy, somos uno.

Gracias por comunicarte conmigo.

175315_201285803216919_3742193_o

No Responses

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *