Abriendo

Ahí, rompiendo el cascarón.

Primero me llega el ahogo, como que la cuna que disfruté sabiéndome resguardado ya me queda apretada, como que estar allí encerrado se me puede hacer hasta el extremo desesperante.

¿Sí habrá algo que romper? ¿Es real y factible la idea de que debe venir un quiebre definitivo en mi vida, en el que por fin pueda atravesar los dolores que acongojan mi alma, para salir transformado en claridad?

O tal vez es solo una sensación fantasma, que me pinta la intriga de que estoy llevando mi vida de forma miserable y que hay un muro al que debo embestir con el poder del guerrero guerreador, decidido a transmutar la miserabilidad de mi vida, y ser de repente feliz.

Y es que lo he intentado tanto, y el sudor de mi cansansio sigue entrando en mis poros mientras yo trato de concentrarme para enfocar siquiera que sigo vivo. ¿Pero qué hago entonces con esta confusión existencial? ¿Estoy tan llevado por el coco, que no tengo la energía ni las ganas para enfrentar el furor acumulado de mi mente?

Ah, maestra soledad. Tercamente te he evitado. Ahora eres todo lo que tengo.

Oh, maestro frío. Gracias por sacudirme, por despertar con tu crudeza mi entumecimiento crónico.

La sensasión fantasma me comunica dos opciones: Enfrentar batallas épicas en contra de mi sufrimiento, o permitir que sea todo lo que me niego visceralmente a que sea.

Solo tengo que relajarme. Ahí donde se siente ansioso, ahí relajo. En ese músculo que necesita levantarse a correr de un océano a otro. En esa intensidad galopante que me hace doler la garganta dentro de mi cabeza vulnerable, desprotegida, en defensiva. Ahí relajo.

Un pensamiento feliz. Nada más necesito una chispa de luz para estar en calma.

Pero es difícil. ¿Puedo sostenerme concentrado mucho tiempo, o estoy forzado a distraerme siempre? ¿Habrá algún modo de no cansarme en mi intención, de no rendirme? Como tal vez, abandonar toda tensión en cada fibra de mi ser, y respirar con toda la profundidad que merece digno mi sagrado cuerpo.

Ahí mirando, ahí observador. Veo venir los temblores, los gritos, la alharaca. Si entro más, les veo más tiernos, más fáciles de retener. Miro, me les pongo el pecho, y no hago nada. Respiro nomás, hasta allá adentro. No hay consideración para la lástima.

Mientras más terca fue la insistencia de mi oscuridad, con más persistencia canto la victoria de mi sentir pleno, el aceptar que soy libre.

Posiblemente fuera, que para salir del cascarón solamente hacía falta saber que uno siempre ha estado fuera.