¡Qué bella es la vida!

¡Qué perfecto es el mundo que Dios creó!

¿Pero, y por qué no soy feliz en este paraíso?

¿Por qué me ciego a la belleza y la perfección que considero verdad?

Pues yo creo que cuando logre entender, veré esta verdad.

E idealizo un futuro para cuando algún día entienda y sea feliz.

Y mientras tanto, sigo enredado en mis tontos dramas.

¿Así que, qué hago?

¿Me olvido de buscar la felicidad y me entrego a mis dramas?

¿O descuido mis dramas para pretender que ya soy feliz?

Aquí y ahora, digo.

Pero en aquí y ahora lo que está ocurriendo es este proceso.

Un proceso en que, drama por drama, pasito a pasito, voy entendiendo.

Un crecimiento durante el cual soy aún ciego a la belleza y la perfección.

No puedo negar mis dramas, pues están ocurriendo aquí y ahora.

Y no puedo negar mi hambre de felicidad que quiere entender estos dramas.

Tal vez la belleza y perfección no sean eso trascendental y divino como creo.

Tal vez la felicidad sea este mismo lento y difícil proceso de crecer.

Tal vez la vida misma sea su propia belleza.

Tal vez el mundo, en todos sus dramas, sea la misma perfección.

¡Ah!

¡Qué feliz soy!

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