¡Un saludo de colores y bendiciones, hermanitos tomadores de medicina ancestral!

¡Un saludo de colores y bendiciones, hermanitos tomadores de medicina ancestral!

Vientos de cambio nos envuelven ya, favorables para el movimiento de la vida que nos reúne para enseñarnos toda la belleza que sólo plantas de tanta sabiduría se atreven a mostrarnos. Llega el momento en que nos toca pararnos firmes en el propósito de aprendizaje y de sanación que hemos decidido crear para nosotros.

Entre muchos taitas y chamanes que hemos tenido el agraciado honor de recibir en el país, hemos podido ver la diversidad de vibras y actitudes que se distribuye en lo que son distintos seres humanos, cada cual con su historia, su crecimiento y su propio mundo interno. Como sea que los percibimos, lo que sea que expresen, de cuanto sea que carezcan. Todos con plena justicia dándolo todo y lo mejor de sí mismos.

De a veces distraernos en personalidades, ritos y tradiciones, pasamos, luego de tomar de la medicina que ellos trajeron, a darle a ella la atención que merece. Nos vamos dando cuenta que ella es la verdadera protagonista de las terapias y de la sanación que cada quien decida aceptar para su desarrollo interno. Muchos misioneros vienen y van, y nosotros, luego de idealizarlos cual dioses perfectos, los entendemos mejor como hermanos que iguales a nosotros viven su propia lucha, actúan desde sus propios errores y fallan a veces en la humildad que es indispensable para dedicarse al servicio abnegado de la diosa que les asignó su tarea de vida.

¡Gracias, medicina del alma, por ser la maestra de mi espíritu! !Tú, y no la mano que te convida, eres quien ha entrado en mí para yo animarme y empezar a despabilarme a la grandeza que desde milenios tú conoces!

Escuchamos cómo ella al nacer y aventurarse fuera de sus selvas, desiertos o montañas, llega hasta nosotros pidiéndonos, para una mayor comunión con nosotros, que la consagremos en toda su pureza e integridad. Ella extrae la esencia de la tierra y desarrolla la sabiduría de su antigüedad para que entre directamente en nosotros sin interferencia, cambio de intención o transcoloración de sus bendiciones.

Surge entonces una iniciativa desde nuestra esencia, esa esencia que no es indígena ni oriental, ni ermitaña ni urbana. Desde nuestro corazón nace el anhelo de regalarnos una oportunidad: Asumir con nuestras manos nuestra propia sanación. ¿Quién mejor puede conocer qué heridas nos duelen y qué alegrías nos llaman? ¿De quién acaso dependeremos si es nuestro corazón el que llora para que lo abramos y es nuestra mente la que grita para que la armonicemos? ¿Es acaso tarea de alguien más?

Recibimos la medicina que tengamos la gracia de contactar. No importa de dónde venga, y si sólo viene de su tierra y de su semilla, mejor. No importa quién nos la entrega, y si nosotros mismos nos la entregamos, mejor. No importa qué tan preparada sea la ceremonia, y si la ceremonia la hacemos en nuestro profundo interior durante toda nuestra vida, mejor. Buscamos el silencio de no juzgar pero tampoco seguir a nadie. Buscamos el amor de respetar pero no admirar a nadie. Lo que estamos buscando no es sino la clara sencillez de ser nosotros mismos. Vislumbramos que el reto de tomar medicina es el de entrar en esa humildad desde la cual no necesitamos halagar ni que nos halaguen. Apreciamos que el brillo de nuestros corazones es único y universal, en vez un logro particular que nadie haya de lucir.

Los saludo, hermanos que caminan para crecer y no para ser grandes, porque llegó el momento de que caminemos juntos. Nadie nos guía sino la amistad sincera y fraterna de nuestras miradas en comunión. Gracias por llegar la frente a la tierra porque en ella encontramos las alturas de nuestra dignidad. Gracias por tomar medicina con valentía, alegría y enfoque. Gracias por existir.

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