Tras un ajetreado camino, me detengo.

Tras un ajetreado camino, me detengo. Quién pensaría que tanta maravilla me rodeaba, la felicidad celestial por donde sea que vaya. Lo que parece ser claridad y comprensión sobrevuela mi mente y el abismo de la eternidad invade mi vida, tumbando estructuras y opacando pesares. Sólo sé agradecer, confiando en que todo es amor.

Pasmado ante la enormidad de los Cielos, pierdo por momentos la consistencia de mis pies. ¿Qué importa nada si aquí ya está la bendición suprema de existir? ¿Qué importa nada si ya lo soy todo? ¿Qué importa nada si en este limbo que flota sin un sentido ni una dirección me siento ya feliz?

Entonces viene a mi rescate la razón. Entonces mi mente ejecuta su bendita función. Extasiado como bobo por la impresión de la grandeza, había desechado una parte de mí que me mantenía en pie. Magníficos son los Cielos, pero nací para caminar en esta Tierra. Aquí cada paso me importa. Aquí no hay tiempo para fascinarme, no hay tiempo para excusarme. Darme cuenta de la belleza de un tigre no me salva de sus garras. Aquí me importa actuar. Creerme iluminado me aleja de la atención que he de poner a la realidad. Creerme diferente me aleja de la sabiduría. Cejar en mi compromiso de ser astuto me aleja de la libertad. Aquí me importa mantener la solidez de no rendirme a lo absorbente del abismo o a lo luminoso de un lejano sol.

Continúo mi ajetreado camino, escuchando siempre a mi amada mente desde el silencio de mi corazón. Continúo, no ya buscando una aérea felicidad sino la integridad de todo mi ser. Continúo, en esta emocionante vida en donde todo se mueve, en este vibrante mundo donde todo me importa.

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