Esta es la nueva: El Reino de los Cielos está Aquí.

No tienes que ir a buscarlo, no tienes que perfeccionarte. Ya estás aquí.

¿Lo escuchas? ¿Vibra en tus venas el candor eterno de la presencia? ¿Obedeces la voz del silencio que te dice que lo escuches?

Puede que no. Tal vez te ensordece el tumulto de las tempestades tronando tus cascos contra los arrecifes, o el solitario bramar de las calles sin salida del mundo cruel.

El pecado es cuando cedes al impulso animal de proteger la permanencia de tu individualidad por encima de la pureza del firmamento. Cuando la necesidad de placer, que intenta sofocar el dolor del alma, encierra al alma en la tenebrosa monstruosidad del miedo.

La moral no te manda qué hacer, de modo que tengas que adoptar una posición sumisa ante una figura que, sin comprenderte, inhibe tu espíritu. La Ley del saber vivir te indica cuándo te estás alejando de ti mismo, si te subordinas a los demonios que irrespetan lo sagrado de tu Ser a cambio de golosinas irrelevantes.

¿Qué estás escuchando mientras vives? ¿Rumian tus pensamientos cotidianamente mientras tratas de no insultar a los peatones que cruzan tu camino? ¿Oprime la tristeza tu respiración, formando bultos de agobio en tu divino pecho? ¿O estás dispuesto a no hacer caso a las vicisitudes y mantenerte en oración, contemplando la magnificencia de la existencia desplegada en miles de formas a tu alrededor, irradiando desde ti?

Ya está aquí, no tienes que hacer nada. Solo tienes que abrazar tus carencias para escuchar detrás de tus gritos. Al final, tu catarsis solo rebota en las paredes del abismo y realimenta tu realidad, amplificando la miseria de tus egos.

¿Te fijaste que la noticia que abre tu libertad no tiene nada que ver contigo? El Reino de los Cielos es para todos, siempre. Ya te lo ganaste, muy merecidamente. Abandona las trampas de tus pensamientos que solo dan vueltas alrededor de ti y toma la Cruz de la santidad. Deja de actuar según lo ordenan tus ansias, y ríndete de rodillas a la Gracia del amor.

No eres santo porque reprimas tu oscuridad, eres santo porque tu Espíritu es infinito en grandeza y majestad.

Dedica cada segundo de tu vida a escuchar los latidos de tu corazón, y no peques más.

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