¿Y qué voy a decir, si mi cantar busca la inspiración silenciosa de mi ser eterno, mientras que mis palabras solo se expresan complacientes sobre el vacío de la soledad humana?
¿Y cómo creo al ángel de la pasión como para tocar el alma del lector y que quiera mirar sin piedad sus miserias y celebrar con profundidad sus alegrías, si yo mismo no me hallo?
¿Y a quién le interesa mi sentir, mis aventuras atravesando un mundo desconocido, en donde brilla el sol cada día y el horizonte permanece en equilibrio con la vida, y sin embargo me hiere tanto el crujir de las balas como el aroma de las flores?
No soy digno de romper al silencio para protestar que soy un niño intentando comprender los vaivenes del destino. Mejor escucho.
Mejor sigo cultivando la armonía dentro de mí, bendiciendo a cada capítulo de mi experiencia, aprendiendo sabiduría, entendiendo el silencio.
Cuando mis palabras sepan reflejar el fuego que arde en mi corazón, cuando pueda conectar con el hambre del ser humano, lleno de la paz por la que lucha, tan lleno mí mismo y tan vacío de mí, tan uno con el otro que deja de haber un otro, tendré tal vez algo que decir.
Algún día sabré escucharme. Entonces, sabré responder.