Aquí estamos

Escúchanos, pequeña pero potente semilla de vida llamada ser humano.

Desde esa oscura habitación de desasosiego en la que te tienen pagando tus condenas, exprimiendo risas y llantos en vehemente confusión, desde ahí escúchanos. Nuestro canto te llama.

No tienes que exigirle al dolor de tu espalda para levantarte, primero desatiende por una vez los estrepitosos fantasmas que cubren la Tierra y apunta tus orejas a ese temblor estremecedor pero sereno que resuena en algún lejano planeta inventado por las historias ancestrales.

Escucha con tu oído cómo un susurro inexplicable va formándose en un ritmo como de tambores marciales, pisando la firmeza de la realidad ùnica. Mira con tu mirada cómo las tripas se retuercen ante el acercamiento implacable de ese poder desconocido, hasta que ceden como convencidos por la frescura de una nana sin razón pero con sentido.

Quítate un momento los audífonos para escuchar la música de la vida. Si tal vez el cúmulo de la ciudad produce alguna vibración indefinida, en la que destacan a veces palabras más cercanas, o posiblemente más gritadas. Si por entre los estentores del alma en su sofoque, se percibe acaso el gorjeo de algún pajarillo pasajero o incluso la respiración siempre vigilante de tu gato.

El primer paso para iliuminar un mundo es abrirlo. Te contamos el secreto, ser humano: Tienes que renunciar a ti. Desde entender lo que eso implica, atravesando todo lo que implica no hacerlo, un rayo de esperanza cruza el oído. Una energía impersonal y ligera como un silbido, pasa refrescando el ambiente de un perfume extrañamente nostálgico.

Seguimos cantando. Bendiciones, alabanzas, melodías juguetonas o grandes o enternecedoras o a veces repugnantes. Síguenos escuchando, no importa qué. Porque no importa qué, seguimos cantando. Nunca se cansa nuestro corazón de agradecer el milagro de su existencia. Y el agradecer es la luz del camino en la vida. Y bendecir es el canto de la vida a través de ese corazón.

Cuando finalmente te sueltas de ti, un suspiro llega a liberar algunas partes intangibles del cuerpo. Y tu espíritu retoma poco a poco el dominio del organismo en el que habita. Los ojos se entornan dejando pasar nuestro canto hacia la inmensidad del cielo que tienes en frente.

Y si algún día no nos sientes, si tal vez amaneció nublado o el chirrido de los grillos arañan la cansona, llámanos. Donde la memoria esté ofuscada por la agresividad de algunos recuerdos pasando, recuérdanos. Donde no escuches nada más que tus lamentos revolviendo azarosas las ondas, tararea sin timidez nuestro canto. Como sea que percibas a Dios, hazle venir. Ten por seguro que ya está aquí.

Así déjate impregnar, que si sientes el viaje de tu sangre bañando cada célula, las melodías hagan danzar tus pasos y levantar los brazos mirando el brillo del sol. Que si te encuentras cruzando pantanos, aquella alegría sin causa le dé vivacidad a tus huesos y alas a tus pies que caminan ahora voluntariosos.

Ven, milagroso ser humano. Aquí está ocurriendo la vida. Si hay algo de qué temer, corresponde mirarlo. Si no lo hay, viene la respiración serena. Ni la historia ni la realidad cambian, pero reina la claridad. Y de ella brota la imaginación que dibuja en los cielos las miles de estrellas, una luna y un sol.

Aquí la danza silenciosa de cada soledad humana entona con el murmullo musical de nosotros todos. Aquí el individuo que regresa a su hogar encuentra que nunca estuvo solo, pues todos nosotros pasamos por la misma soledad, siempre juntos.

Por una vez escúchanos, luego sigue escuchando. Los vientos traen frescor, la montaña reverdece, el río gruñe simpático acariciando sin cansarse una roca desde la cascada. El sol no para de brillar, ni cuando lo ves, ni cuando está iluminando aquello que no ves. Algún pajarillo observa en cámara lenta la vida ocurrir.

Míranos, las flores están creciendo.