Lucha formidable

Y entraste al ring.

Y tienes ante ti a tu enemigo.

Y tu enemigo es fuerte, y está presto siempre a tus descuidos.

Entonces haces memoria, tus descuidos son numerosos. Tu mayor descuido es abstraerte haciendo memoria de tus descuidos.

Tu enemigo salta y azota sin piedad cada punto que tienes sin defensa. Te cubres como puedes en posición fetal sin poder evitar el dolor que te acomete. Un dolor que tú nunca pediste.

¿Por qué no puedes estar en paz? ¿Por qué es que estás ahí luchando con un enemigo tan formidable?

Suena razonablemente injusto, tener que luchar sin haber elegido hacerlo. Y es que, no quieres luchar.

Pero qué lucha. Estás tan solo recibiendo golpes.

Vamos, levántate.

Tú puedes.

Algo en ti ha de reaccionar. Olvida por un momento tus memorias. Descuida tus descuidos. Por encima de cualquier cosa, debes vencer.

Pero sí, insensibilizado por lo constante del dolor, notas algo. Los movimientos de tu enemigo tienen una forma particular.

Primero no sabes definir de qué te vas dando cuenta. Pero intuitivamente vas actuando acorde a ello.

Eso es. Su fuerza es inversamente proporcional a tu debilidad.

Esto es, que su violencia responde directamente a la tuya.

Sí. Significa que tú lo mueves.

Es porque cuando aprovechas alguna pausa suya para intentar levantarte, coincide con que, cuando tú intentas levantarte, hace una pausa.

Si tu corazón lo estás oprimiendo para luchar contra la intensidad de su dolor, coincide con que el dolor aprieta porque tú estás oprimiendo tu corazón.

¿Estás luchando?

Ciertamente. Tal vez no en contra de tu enemigo, sino en contra de luchar.

Pero te recuerdas. Sin distraerte en memorias. Te recuerdas dentro del ring, y recuerdas quién eres.

Abres los ojos ante tu formidable enemigo. Un reflejo obediente a la intensidad de tu lucha.

Y decides dejar de luchar.

Relajas, ante el dolor. Te abres, ante el miedo.

Muchas reacciones se alborotan, durante un proceso largo de sanación.

Pero has decidido. Has enfrentado.

Y poco a poco, te obedeces. Y por consiguiente, lo hace tu enemigo.

Sangre, peligro, oscuridad. Así urge eso que estás relajando.

Pero alcanzas la serenidad.

Te sientas sobre tus propios pies. Te irgues sobre tu propia sabiduría.

Estás aquí, formidable, lleno de sol y de luna.

Ah, el enemigo con quien luchabas eras solo tú mismo. Tu enemigo era la necesidad de luchar que tenías desde tu miedo de luchar.

Pero recuerdas. Eso que te mantenía luchando tenía razón, el propósito era dejar de luchar. Así que no, nunca fuiste tu enemigo. Tú y el que consideraste enemigo siempre lucharon por la misma causa.

Y recuerdas también: Sí elegiste estar aquí.

Viva, venciste.