Pequeña

Comenzó su vida indefensa, aquella pequeña criatura, apenas una terneza encantadora, demasiado dulce para este mundo de supervivencia y depredación. Nació en una oscura madriguera creciendo cada día,.

Cuando abrió por primera vez los ojos, ya no recordaba haber nacido. Cuando pudo diferenciarse de su madre, ya había olvidado haber abierto los ojos. Y cuando tuvo la inquietud de moverse por sí misma, todo seguía cambiando.

Rememoraba así mirando inmóvil hacia la pared, abstraída, aquella pequeña criatura. Extrañaba aromas de hogar, dejos de sonrisas ya perdidos. Extrañaba sensaciones que ya no podía extrañar porque ya las había olvidado. A veces se leía en su mirada como si estuviese despertando de un sueño que parecía importante y que provoca tanto querer aferrar, mientras todo lo que fue alguna vez la totalidad de su ser se desvanecía en la oscuridad a medida que ella crecía cada día.

Algo se movió entonces del otro lado de una puerta cercana que aparentemente alguien olvidó cerrar. No supo identificar qué era, pero llamó su interés. Tal vez una invitación a jugar, tal vez entonces una oportunidad de explorar nuevas emociones.

Pero ella nunca había salido de su cálida guarida, y la repentina tentación de hacerlo produjo hasta sus extremidades un escalofrío eléctrico.

Sí, era miedo. Lo pudo reconocer. Y este le hablaba. Le instaba a quedarse en su zona de seguridad, allí donde alguna vez vivió todo eso que añoraba, aunque sabía que nada de eso existía ya.

Escuchó fuera un silbido silencioso. Tal vez un canto. Tal vez un llamado.

Adelantó unos pasos, como empujada sin control por un impulso desconocido. Se detuvo un instante, sorprendida. Volteó hacia los lados, aún en el linde. Y ojeó atrás un refugio que ahora parecía demasiado cómodo para la energía que le animaba.

Volvió a avanzar con pasos más firmes, aunque la duda todavía impregnaba de lentitud su elegancia. Hacerlo así le dio seguridad, porque podía estar alerta a cualquier posible circunstancia.

Los últimos segundos fueron más largos, o tal vez su corazón exaltaba tanta juventud que su respiración le sacaba el jugo a cada atesorado segundo.

Miró entonces fuera.

Concentrados sus máximos esfuerzos para contener los instintos de volver a las antiguas respuestas, aquella pequeña criatura cruzó los límites a los que temía.

Miró entonces donde estaba situada.

Allí sonaba apacible. No se avistaba nada amenazante. Nada abrasaba ni congelaba la piel.

Tal vez sus miedos eran mentira, tal vez la vida no es peligrosa, tal vez el mundo es un buen campo de batalla el cual poco a poco conquistar.

Se mantuvo un momento de pie, como disfrutando un logro, como sintiendo con cada poro una brisa fresca que relajó sus tirantez. Reconocía perfumes que no conocía, pero le comunicaban alegría y curiosidad.

Miró entonces el rededor.

La naturaleza desplegaba un lujo impresionante de diversidades. Seres grandes y pequeños cohabitaban según su capacidad de cohabitar. Experiencias inexplicabes pululaban interminables pidiendo una explicación. El rededor se extendía hacia los horizontes sin barreras a la vista, vivo, radiante.

Con la columna erguida, aquella pequeña criatura dio un salto y se internó en lo desconocido.