Mil desiertos

¿Hacia qué punto del horizonte te he de encontrar, atesorado destino?

¿Qué tanto he de seguir resistiendo hasta llegar a mi hogar?

Porque mirando hacia atrás, parece como si el viaje hubiera sido tan rápido que no he tenido tiempo de abrir los ojos para ver por dónde voy.

Pero buscando hacia adelante, el cansancio de haber cruzado mil desiertos se acumula en una desesperanza vaga que me deja sedentario sobre un arenal estéril como hay tantos al azar.

Y los espejismos me pintan un oasis fabuloso de frutos tiernos y lechugas verdes, y bebo de ríos abundantes que no traen satisfacción sino resacas, pues cuando abro los ojos reina la soledad en medio de un desierto interminable.

¿Qué hacer, cuando estoy tan perdido que no puedo imaginar cómó es no estarlo?

No me queda más que esperar con paciencia a que brille el sol con amabilidad, para continuar sin rumbo recorriendo este mundo sin esquinas.

No puedo más que relajarme y seguir leyendo el transcurrir de mis aventuras a medida que son escritas.

Y elevo la mirada permitiendo que el viento agite mis cabellos, respirando con lentitud la intensidad de un fuego tan intenso que solo respirando soy capaz de no morir.

Estoy justo en donde debo estar, precisamente porque no estoy en ningún otro lugar que en donde estoy.

Hermoso destino, aquel que no tiene forma de meta, sino que es enteramente un camino que caminar.

Cada paso que doy equilibra al anterior. Cada momento en el que me detengo anuncia al siguiente. A cada día su afán.

El secreto no es saber qué hacer, el secreto es vivir sin la respuesta.

No necesito carecer de cansancio para levantar mis pies con alegría. No necesito dejar de estar perdido para celebrar que ya estoy en casa.

Tal como es, la vida continúa.

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