Rueda el sol

Nace el día cuando sale el sol, o cuando yo despierto?

No, nada en este redondo mundo me espera. Mientras yo sigo hibernando, el invierno cesa y las flores reciben el mismo llamado a fabricar el perfume de una nueva primavera.

El río corre, rueda la rueda, las aves trinan. la tormenta pasa y el sol brilla.

Pero no soy testigo de nada. En mi pesadillezca corriente de sueños, todavía es noche. Entre sueños, mis ojos tiritan, mirando alrededor crueldad, guerras y una política predatoria que se come a la humanidad.

El mundo duele sin yo haberlo visto. Y tal vez duele porque no lo he visto.

Pero el aroma llega dulcemente a mi olfato. Es día. Lo claro del cielo lo prueba. El verde de las montañas lo atestigua como verdad. El sol lo canta a mi somnoliento oído.

En mi sueño, aún angustiado por las sacudidas de mi realidad onírica basada en la premisa de que existe un yo, comienzo a desear despertar.

Algunos rayos del astro rey se cuelan por entre la ventana y encandilan mis párpados. Un comando vital es inyectado en mi sangre.

Para despertar, me voy primero dando cuenta que estoy dormido. Noto lo aleatorio de mis desatinos, lo ansioso con que observo el mundo y lo casual de que la oscuridad que percibo del mundo es la misma oscuridad que estoy atravesando dentro de mí.

Segundo, siendo que estoy soñando, veo que puedo elegir mis sueños a mi antojo. Y para eso, elijo soñar que perdono todos los dolores que lo oscuro de mi percepción impregnó en mis acongojados músculos. Que si la crueldad, que si las guerras, que si la política sigue haciéndonos creer que es bueno matar a nuestros hijos.

Observo afuera, observo adentro. Y puedo notar el efecto de esa interacción, en dónde duele. Y siempre que duele, es en algún músculo psicológicamente estresado. Siempre la que está encalambrada es una fibra que, en mi ausencia, se defendió como pudo, sin coordinación ni puntería.

Habiendo vuelto al dominio de mi individualidad, libre de la carga emocional que resiente el soñar con una historia individualista, empiezo moviendo mis dedos, tanteando la realidad objetiva del universo.

La verdad de las cosas se me revela, no como premio y gracia por ser un buen guerrero, sino porque aprendo a obviar la falsedad. Libre de pecado, me levanto a recoger la piedra.

Me veo sentado junto al río. El sol brilla.

La realidad es diáfana. Aquí nada sucede, todo está dado ya.

La respiración está presente, evidenciando mi individualidad, mas yo no existo.

Las flores florecen, rueda la rueda. El sueño continúa.

Pero el espíritu de las verdes montañas me saluda y yo le reverencio en silencio.

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