Caminando tabaquito

Un solitario canto se oye desde el corral invocando un soñado amanecer..

Sigue su camino el estudiante, serpenteando entre pantanos y tormentas. Los picos exigen sudor y sangre a todo el que quiera enseñorearles en su andar.

Por veces levantar los pies se hace penoso. El abuelo tabaco levanta un terremoto sobre todo lo que ha sido, es y será conocido sobre la Tierra. La pálida congela la mirada bajo la luna llena menguante, mareando de estupor y hastío a nuestro héroe.

Sin poder enfocar, lo intenta con su último aliento de sobriedad, y se dirige con los ojos cerrados hacia el grisáseo firmamento. Al hacerlo, su debilitado cuerpo se rinde ante la urgencia de reposo. Los pies se doblan bajo la sorpresa que impacta la intensidad de estar vivo.

El tacto de la grama en sus manos no le ofrece la horizontalidad que su equilibrio añora, pero el rocío del sereno exhala un perfume de frescura que recuerda a un niño en su ilusión de abrir un regalo en festividad. La esperanza aparece frente a él, penetrando por su psiquis hasta lo más profundo de su diafragma.

Llega entonces el caminante a querer superar aquello que lo angustia. Quiere salir del sopor hacia la luz. Ya lo había hecho antes, cambiar el canal de su sintonizador. Las sombras se secaban entonces de olvido y desdeño.

Pero el llanto de la luna cerca de morir en el horizonte no le permite saltar. Es como si la luna, mientras le arrulla, comete la peor agresión posible para con un ser humano: mentir.

El malestar de su cansancio se acumula entonces en su abdomen emocional. El estrés de su congoja se concentra en tensar al máximo aquellos músculos que ya estaban tensos.

Rendido, se enfoca hacia la Tierra con los ojos cerrados, y libera silenciosamente el contenido de su dolor. Olvida el resplandor indirecto de la luna y se entrega de alma y cuerpo a su madre terrenal.

Meintras tanto, en vez de salir de su oscuridad, se zambulle en ella. Es un suicidio heroico, no de resignación. Gritando hacia adentro el éxtasis de la intensidad todal de la vida, se derrite de pies a cabeza haciendo hervir las tinieblas desde dentro de ellas.

Un solitario canto resuena cerca dándole la bienvenida al nuevo sol, que poco a poco devuelve el color verde a la antes oscura montaña. El caminante respira renovado, vacío, aliviado. Cuando no hay nadie que respire, el aire de adentro y el de afuera son uno.

Como si despertara de una pesadilla, mira alrededor, asombrado de lo viva que es la vida. El designio del destino y la voluntad del territorio fraternizan en un clima acogedor. El rocío ha empezado a florecer.

Una fuerza misteriosa llena su pecho, y solo puede vaciarse agradeciendo. No agradece dando las gracias, agradece experimentando la vida en su total intensidad.

Amanece un nuevo sol en las verdes alturas de la firmeza. Sobre nuestro amado guerrero se lucen de elegancia los picos más majestuosos, y bajo él sorpresivamente amaestrados, cantan belleza los antiguos mundos de sudor y sangre, los pantanos superados y las tormentas pasadas.

Con los ojos cerrados se enfoca en su corazón, y continúa en su viaje hacia la Verdad que reza el Sol.

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