Por rutas salvajes y predatorias

He aquí una verdad: El universo es salvaje y predatorio.

¿Vimos cómo su primer instante de existencia fue caos total? ¿Vemos cómo en el cosmos sigue creciendo siempre la entropía?

El desarrollo de la existencia le dio vida a todo lo que existe, y así, todo lo que existe está destinado a desarrollarse. La expansión del universo solo se realiza mientras le es quitado ese espacio a la no existencia. Un universo tímido jamás podría imponerse ante la infinita nada. Un universo tímido jamás habría nacido.

Las galaxias grandes se comen a las pequeñas, el tiempo se come a las estrellas, y los mundos son conquistados por los más fuertes. Ninguna de estas cosas se debe a la crueldad de nadie, sino que responde a la manera en que las formas se desarrollan. ¿Cómo podrías enseñar a un león a no matar, si ni aun haciéndole vegetariano podría nunca evitarlo?

Esta hermosa Tierra en que vivimos heredó del universo su regalo más magnificente: La diversidad. Solo en la parte superficial que conocemos, podemos ver los más variados seres, moviéndose algunos y otros no moviéndose pero también creciendo. ¿Qué color se salva de ser representado? ¿Qué forma inimaginable no ha sido interpretada en su más auténtica expresión de vida? Este fuego de existir no conoce el vacío, y donde hay vacío es llenado siempre de entes conscientes.

Y cada forma de vida cumple con un ciclo ordenado por la naturaleza que engendró al universo. En el caso de un ser biológico, la ley es nacer, crecer y morir. En el caso del ser humano como especie animal, ocurren dos procesos simultáneos pero flexiblemente independientes: Uno, el que le trae la vejez al cuerpo físico, y otro, el que le trae madurez al cuerpo espiritual.

Nuestro mundo humano aparenta ser el más salvaje y predatorio que podamos conocer. Al ser humanos, solo sabemos ser humanos y nunca sabremos experimentar la armonía de las hormigas en su hormiguero, ni la entrega de un perro por su amigo (ni siquiera cuando dejemos de soñar que somos sus amos). Y sí, el ser humano es una especie salvaje y predatoria, pues fue creado a imagen y semejanza de su padre universo.

El ser humano lleva encendido dentro el espíritu de la supervivencia: Comer para no ser comido, aplastar para no ser aplastado, odiar para también ser odiado. La maldad no nace de la malicia, lo que hace que la maldad sea inocente en su propia virtud. La malicia a veces nace de la maldad, pero hereda de ella la pureza de su propósito.

Sobrevivir es la fuerza que nos mantiene de dos pies, aprendiendo cada día, e intentando con todas nuestras energías alcanzar aquel ideal de madurez físico-espiritual que nos hará trascender el mundo.

Por supuesto, sobrevivir también es ese impulso que nos convence de destruir lo desconocido, de huirle a la oscuridad, de apagar nuestro corazón. Y muchas veces, el miedo que nos salvó es el mismo que nos come. La forma más primitiva que asume el instinto de sobrevivir se manifiesta en nosotros haciéndonos cerrar los ojos para lanzar puñetazos ciegos hacia el mundo salvaje y predatorio que nos rodea. La regla es nunca soltar la lanza, llamando lanza a cualquier emoción obstusa que nos coloque en posición de combate hacia algún enemigo. En el proceso de maduración espiritual, esta es la fase de retoño.

¿Y a quién culparemos? ¿Tiene la culpa acaso aquel asesino que está libre de prisión pese a todos nuestros “deseos de justicia” en su contra? ¿Podemos evitar acaso que los políticos gusten tanto de manipularnos con impactantes mentiras para extirparnos la sangre que producimos a cambio de sus migajas? ¿No fue una bendición para nuestro mundo la rebelión de Lucifer que manifestó en sus formas la luz misma de Dios? ¿No es acaso correcto que los reptiles gobiernen este mundo bajo la imponente fuerza de su espíritu creador de vida?

Todo está correcto, pues nada podemos pedir de un bebé que no sabe ir al baño. Ni enojarnos con él va a ayudarle en su tarea individual de descifrar el misterio que le fue dado, ni pisar con furia sus inconscientes obsequios va a ayudar a que nuestros pies queden limpios. La diversidad que viene intrínseca en todo lo que existe, crea seres de todos los tamaños transcurriendo en todas sus etapas de maduración.

Por lo tanto, en todo momento presente o futuro, siempre habrá “bebés” espirituales que embarren por doquier, así como siempre habrá abuelos que nos compartan de su saber a todo aquel que escuche el llamado de cultivar su color pintón para por fin madurar. Siempre habrá maldad, siempre habrá malicia. Siempre, siempre, el universo será salvaje y predatorio. Y un ser maduro es aquel que aprendió a vivir en paz con esta verdad.

He aquí un detalle: Hay algo que no podemos hacer, y eso es crecer. ¿De dónde voy a sacar ese codo de estatura que quiero tener de más? ¿Se lo sacaré tal vez a alguien más para comérmelo? ¿Me pararé de puntillas buscando el cielo desde aquella monumental torre de babel que llamé civilización y que conocí más bien como confusión? No. Solo la gracia divina me hará crecer. Solo el germinar de mi propia naturaleza aprenderá a discernir, sin involucrar mi esfuerzo, la dualidad del bien y el mal. Sí, yo comí la manzana, pero una vez que la tragué, no soy yo el que deliberadamente sabe digerirla.

¿Es factible algún consejo para sobrevivir en el caos de un mundo salvaje y predatorio? ¿Acaso el amor? El único posible: No nos tengamos lástima. Todos moriremos. Todos seremos comidos por otra energía de vida que se desarrollará a su vez para ser también comida. ¿Quién en este enorme universo podría desvivirse por la suerte de un pequeño organismo cuya única prioridad es el imposible de no morir?

He aquí un secreto: Detrás de aquel tablero que despliega el juego de la vida, podemos observar que no somos aquel ser humano que vemos nacer, crecer y morir. La madurez del ser humano le dará la comprensión de ver que él no es ese ser humano, sino que su consciencia de vida, que está experimentando al ser humano, no es más que vida consciente. Es decir, no somos seres vivos. Somos la vida, siendo.

¿Para qué, diría un abuelo, dedicar este único instante de vida que estamos experimentando, para intentar que sobreviva un organismo mortal, tan fugaz que una estrella jamás lo verá pasar? ¿Para qué huirle a la muerte si somos la vida? ¿Por qué no ser solamente lo que ya somos, sin ideales, enemigos ni objetivos? ¿Por qué no quedarnos en el ahora y ser felices mientras siga existiendo un ahora?

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