Le llaman "El sistema"

Nací, ser humano desnudo, ser biológico, animal y salvaje. Vine para sobrevivir, para procesar alimento de la tierra y devolverlo a la tierra. Y eso era bueno.

Pero me recibió una sociedad que ya tenía instalada una estructura de patrones mentales y esquemas de vida. Me adoptó un mundo que me adoctrinó respecto a qué debo pensar, cómo debo relacionarme, por qué debo vestirme, a quién debo amar.

Me separaron de mi madre Tierra con capas frías de cemento gris, con palaciegas pocetas de porcelana, con comidas exóticas en sabor e insólitas en nutrición, con servilletas manchadas por la roja sangre de mi hermano árbol.

Montaron ante mí un espectáculo de gobernantes contra oposiciones, países contra más países, religiones contra otras religiones que son iguales pero parecidas.

¿Y por qué debo ser gobernado yo, ser humano desnudo, ser biológico, animal y salvaje? ¿En qué momento de la existencia acepté que necesito una cédula para que el haber nacido sea legítimamente tolerado? ¿Cuándo olvidé mi espíritu de vida y doblegué mis rodillas a la idea de un dios que me hostiga implacablemente? ¿Cuándo firmé el acuerdo consensual a dedicar mi única vida a llorar mis crudas crisis económicas?

Cruel destino, el que enseñó al hombre a cerrar su corazón para ambicionar un papel que ni siquiera tiene ya oro, que dirigió al rebaño de seres humanos a un lento matadero a cambio de escalar la jerarquía de bienestar, comodidad y placeres, que los domesticó para que olviden que ellos vinieron para sobrevivir, para procesar alimento de tierra y devolverlo a su madre Tierra.

¿Estoy loco por no conformarme en lo absurdo de este mundo, o existe en verdad una reconciliación?

Ideales, democracias, patriotismos, aspiraciones, dioses, esperanzas… solamente promesas, solamente nada. Este mundo no me ofrece nada, sino que solamente me muestra las vitrinas plásticas de una utopía vana. La zanahoria frente a mi nariz huele a paraíso, pero llevarla en la frente es un tormento de tinieblas y rechinar de dientes.

La evidencia indiscutible es que, bajo la máscara de civilización y tecnología, nací como ser humano desnudo en una despiadada selva predatoria.

Pues cuando quiero dudar y rebelarme, esta feroz sociedad me inventa líderes, bravos, astutos y muy rebeldes, para que yo vuelva a olvidarlo todo y me mantenga sumiso a sus fantasiosos discursos, a la idiota idea de que algún día seré libre si sigo luchando. Y entonces me quedo allí, encerrado en la incoherencia, solo por empeñarme en luchar contra los síntomas de mi propia ceguera.

No, esta selva predatoria no siempre me ataca con garras, sino lo que hace es darme la orden velada de seguirle fiel, y lo hace desplegando de tecnicolores las más estrafalarias distracciones.

¿Y por qué debo obedecerle yo, ser humano desnudo, ser biológico, animal y salvaje, si vine a sobrevivir? ¿Por qué debería yo mantenerme desarmado de mis herramientas de razonamiento, discernimiento y decisión? ¿Por qué sigo entonces distraído de las habladurías, de las historias, de los pesares?

Abro los ojos, yo. Abro los ojos y estoy desnudo. Y eso es bueno.

Miro pues que ni un gobernante ni una oposición quieren lograr lo que me prometen, que toda la escenografía está montada y confabulada para embobarme. Ni tan siquiera existen realmente países, sino que los habitantes de las casas blancas están jugando a dibujar fronteras para que yo defienda una identidad hogareña. Ni tampoco las religiones son contrarias entre sí, sino que se ponen de acuerdo en que la guerra me esclavice sin una razón razonable.

Miro que nada en este mundo es cierto, que no necesito una cédula para justificar que existo, que ningún dios se dedica a hostigarme, y que la crisis económica no es sino la prueba de que nací para sobrevivir y para amar a mi madre Tierra.

Miro así, que estoy solo. Y que eso es bueno, pues me tengo a mí. A nadie tengo que explicar si quiero levantar mi espada y declararme libre. No algún día, no bajo la condición de satisfacer algún ideal externo. Soy libre ahora.

No importa qué escenarios encuentre en mi caminar, no importa cuánta creencia haya empolvado mis pies: Mi manifiesto inflexible e inquebrantable es la libertad. Mi espíritu puede sobrevolar los cielos, siempre aquí. Mi alegría puede atravesar los abismos, siempre presente. La gloria de mi ser puede cantar con el corazón abierto y la alabanza en alto.

Las quejas quedan atrás, los problemas no existen. ¿A quién podría yo culpar si era yo el que proyectaba el sistema de distracciones para refugiarme en mi propia estupidez? ¿Por qué angustiarme si yo estoy aquí con toda la energía para cruzar con valentía prados, diques y avernos? ¿Por qué mejor distraerme si la claridad va conmigo irradiando desde mi propio pecho? Tan lejana ya aquella historia, la de un sistema predatorio. Ni siquiera tuve que rebelarme, tan solo abrir los ojos y mirar. Estaba nada más en mi imaginativa mente.

Tan solo tenía que reconocerme.

Soy este ser humano desnudo, ser biológico, animal y salvaje. Vine a amar la vida y a mi madre Tierra.

Vine a abrir mi corazón y ser feliz.

Vine a ser libre.

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